miércoles, 1 de junio de 2016

Los Mundiales de Quidditch

— Señores, señoras y señoritas el capítulo que todos esperábamos, el maravilloso, el espectacular: Capitulo 8: Los Mundiales de Quidditch.
Siguiéndole la broma a Tonks los chicos exclamaron como si su equipo hubiese entrado a la cancha.
Cogieron todo lo que habían comprado y, siguiendo al señor Weasley, se internaron a toda prisa en el bosque por el camino que marcaban los faroles. Oían los gritos, las risas, los retazos de canciones de los miles de personas que iban con ellos. La atmósfera de febril emoción se contagiaba fácilmente, y Harry no podía dejar de sonreír.
En la sala todos vivían sensaciones parecidas, era como estar viviendo el mundial con el adicional que todavía no sucedía. McGonagall quién en su juventud había sido jugadora y por una lesión no pudo continuar escuchaba pensando en sus años dorados en Hogwarts. Charlie por otro lado cuando escuchaba cosas así pensaba en su decisión de trabajar con los dragones en vez de ser jugador profesional, no se arrepentía de nada pero hubiese sido genial poder hacer las dos cosas.
Caminaron por el bosque hablando y bromeando en voz alta unos veinte minutos, hasta que al salir por el otro lado se hallaron a la sombra de un estadio colosal. Aunque Harry sólo podía ver una parte de los inmensos muros dorados que rodeaban el campo de juego, calculaba que dentro podrían haber cabido, sin apretujones, diez catedrales.
— Hay asientos para cien mil personas —explicó el señor Weasley, observando la expresión de sobrecogimiento de Harry—. Quinientos funcionarios han estado trabajando durante todo el año para levantarlo. Cada centímetro del edificio tiene un repelente mágico de muggles. Cada vez que los muggles se acercan hasta aquí, recuerdan de repente que tenían una cita en otro lugar y salen pitando... ¡Dios los bendiga! —añadió en tono cariñoso, encaminándose delante de los demás hacia la entrada más cercana, que ya estaba rodeada de un enjambre de bulliciosos magos y brujas.
— Uau, este año se lucieron- comentó Bill pensando en todo el trabajo que eso suponía.
— Bueno, ellos querían lucirse- explicó el señor Weasley a todos- los países anfitriones pelean entre sí para organizarlo y cuando uno lo consigue ponen lo mejor para dejar en vergüenza a los anteriores.
Harry pensó en los Mundiales de Futbol de los muggles, a veces ambos mundos eran muy iguales.
— ¡Asientos de primera! —dijo la bruja del Ministerio apostada ante la puerta, al comprobar sus entradas—. ¡Tribuna principal! Todo recto escaleras arriba, Arthur, arriba de todo.
El señor Weasley pegó un brincó al escucharlo y volteo a ver a su mujer sonriendo para después mirar a sus hijos, no era muy común en ellos tener nada de primera. De enserio nunca le alcanzarían las palabras para agradecerle a Bagman, estaba seguro que para él darle las entradas no había sido nada pero para ellos era todo.
Las escaleras del estadio estaban tapizadas con una suntuosa alfombra de color púrpura. Subieron con la multitud, que poco a poco iba entrando por las puertas que daban a las tribunas que había a derecha e izquierda. El grupo del señor Weasley siguió subiendo hasta llegar al final de la escalera y se encontró en una pequeña tribuna ubicada en la parte más elevada del estadio, justo a mitad de camino entre los dorados postes de gol. Contenía unas veinte butacas de color rojo y dorado, repartidas en dos filas.
Ron sonrió, estaban en un palco y con todas las personas importantes. Era increíble. De solo pensar que iba a tener una vista privilegiada de todo el campo de juego lo hacía querer tirar los libros e ir al Mundial corriendo.
Harry tomó asiento con los demás en la fila de delante y observó el estadio que tenían a sus pies, cuyo aspecto nunca hubiera imaginado. Cien mil magos y brujas ocupaban sus asientos en las gradas dispuestas en torno al largo campo oval. Todo estaba envuelto en una misteriosa luz dorada que parecía provenir del mismo estadio. Desde aquella elevada posición, el campo parecía forrado de terciopelo. A cada extremo se levantaban tres aros de gol, a unos quince metros de altura. Justo enfrente de la tribuna en que se hallaban, casi a la misma altura de sus ojos, había un panel gigante. Unas letras de color dorado iban apareciendo en él, como si las escribiera la mano de un gigante invisible, y luego se borraban. Al fijarse, Harry se dio cuenta de que lo que se leía eran anuncios que enviaban sus destellos a todo el estadio: La Moscarda: una escoba para toda la familia: fuerte, segura y con alarma antirrobo incorporada ... Quitamanchas mágico multiusos de la Señora Skower: adiós a las manchas, adiós al esfuerzo ... Harapos finos, moda para magos: Londres, París, Hogsmeade...
Todos habían escuchado en silencio la descripción y tratando de recrearla en su cabeza Las palabras parecían transportarles hacia otro lugar viviendo junto a los "personajes" lo que sucedía. Hermione estaba feliz, aunque este sea el futuro también era lindo disfrutar de un libo leyendo todos juntos. Sacudió la cabeza, era difícil no pensar en eso como algo más que un libro sonaba todo tan fabuloso pero aún así su inconsciente sabía que contaba la verdad.
Harry apartó los ojos de los anuncios y miró por encima del hombro para ver con quiénes compartían la tribuna. Hasta entonces no había llegado nadie, salvo una criatura diminuta que estaba sentada en la antepenúltima butaca de la fila de atrás. La criatura, cuyas piernas eran tan cortas que apenas sobresalían del asiento, llevaba puesto a modo de toga un paño de cocina y se tapaba la cara con las manos. Aquellas orejas largas como de murciélago le resultaron curiosamente familiares...
— ¿Un elfo doméstico?- susurró Remus hacia nadie en particular.
— ¿Dobby? —preguntó Harry, extrañado.
La diminuta figura levantó la cara y separó los dedos, mostrando unos enormes ojos castaños y una nariz que tenía la misma forma y tamaño que un tomate grande. No era Dobby... pero no cabía duda de que se trataba de un elfo doméstico, como había sido Dobby, el amigo de Harry, hasta que éste lo liberó de sus dueños, la familia Malfoy.
Todos lo miraron extrañados excepto Dumbledore que lo miro sonriendo y Ron con Hermione que ya lo habían escuchado nombrar. En los ojos de los gemelos sin embargo hubo un destello de comprensión.
— ¿Era de los Malfoy al final? Dobby es el que apareció en tu cuarto en segundo ¿No?
Harry asintió mientras miraba hacia Sirius para decirle que cuando hablen del segundo año lo iba a entender todo. Este lo miró por un tiempo antes de mascullar un <Si> y mirar a Tonks para que continuase. Es que en su cabeza no dejaban de pasar imágenes de Harry enfrentándose a anda a saber cuántas cosas mientras él estaba ausente. Porque diga lo que diga si estaban involucrados los Malfoy no traía nada bueno.
— ¿El señor acaba de llamarme Dobby? —chilló el elfo de forma extraña, por el resquicio de los dedos.
Tenía una voz aún más aguda que la de Dobby, apenas un chillido flojo y tembloroso que le hizo suponer a Harry (aunque era difícil asegurarlo tratándose de un elfo doméstico) que era hembra. Ron y Hermione se volvieron en sus asientos para mirar. Aunque Harry les había hablado mucho de Dobby, nunca habían llegado a verlo personalmente. Incluso el señor Weasley se mostró interesado.
— Es que nunca vi uno- comentó Ron- en casa no tenemos y en los otros lugares es difícil que se dejen ver, ya saben.
— Disculpe —le dijo Harry a la elfina—, la he confundido con un conocido.
Snape lo miró extrañado "Disculpe" ¿De enserio? Era extraño ver a un hijo de Potter tratando así a un simple elfo doméstico (no es que el padre los tratara mal pero no los consideraba simplemente), recordó a Lily y cómo una vez los había tratado así cuando habían bajado a las cocinas por algo de comer para estudiar en el jardín. Los elfos domésticos en ese entonces se habían mostrado extrañados que alguien aparte del director los tratara como iguales pidiendo "por favor" y diciendo "gracias".
— ¡Yo también conozco a Dobby, señor! —chilló la elfina. Se tapaba la cara como si la luz la cegara, a pesar de que la tribuna principal no estaba excesivamente iluminada—. Me llamo Winky, señor... y usted, señor... —En ese momento reconoció la cicatriz de Harry, y los ojos se le abrieron hasta adquirir el tamaño de dos platos pequeños—. ¡Usted es, sin duda, Harry Potter!
Harry se golpeo la frente con la palma abierta, pero no podía enojarse porque lo reconocieran. Era molesto, si, pero tampoco las personas (o en este caso los elfos domésticos) tenían la culpa de conocerlo. Pero hubiese preferido que mantengan sus expresiones al mínimo, aunque también parte de su malestar se debía a como Tonks se había encargado de decirlo, exagerándolo hasta las barreras de lo imaginable y poniéndole a su voz un toque de admiración rayando en la obsesión. Y no ayudaba demasiado que la mayoría en la sala se estén riendo de él.
— Sí, lo soy —contestó Harry.
— ¡Dobby habla todo el tiempo de usted, señor! —dijo ella, bajando las manos un poco pero conservando su expresión de miedo.
— ¿Cómo se encuentra? —preguntó Harry—. ¿Qué tal le sienta la libertad?
— ¡Ah, señor! —respondió Winky, moviendo la cabeza de un lado a otro—, no quisiera faltarle al respeto, señor, pero no estoy segura de que le hiciera un favor a Dobby al liberarlo, señor.
— Me muero por saber la historia que hay detrás de eso- habló Sirius hacia su ahijado- de solo imaginar a Malfoy...
— Si algo así se necesita para matarte espero que escuches la historia pronto Black.
Harry que estaba por contestarle a su padrino se quedó de piedra al escuchar a su profesor de Pociones, era raro escucharlo utilizar el tono de voz impregnado de desprecio que solo reservaba para hablarle a él. Antes que Sirius respondiera (o sacara la varita) Remus instó a Tonks para que siguiera leyendo. Aunque Snape no fuera una de sus personas favoritas lo había ayudado con las pociones cuando estaba en Hogwarts (seguramente obligado por Dumbledore, pero lo había hecho) y si Sirius comenzaba una pelea no quería ponerse en contra de su ex compañero de trabajo. Estaban todos juntos en esto, ellos tenían que entenderlo.
— ¿Por qué? —se extrañó Harry—. ¿Qué le pasa?
— La libertad se le ha subido a la cabeza, señor —dijo Winky con tristeza—. Tiene raras ideas sobre su condición, señor. No encuentra dónde colocarse, señor.
— ¿Por qué no? —inquirió Harry.
Winky bajó el tono de su voz media octava para susurrar:
— Pretende que le paguen por trabajar, señor.
Hermione miró a todos extrañada, no entendía, lo lógico era que les paguen por hacer su trabajo.
— ¿Qué le paguen? —repitió Harry, sin entender—. Bueno... ¿por qué no tendrían que pagarle?
Snape miró fijamente a Harry tratando de entender que es lo que sucedía ¿Por qué le importaba tanto si le pagaban o no a un elfo? ¿Porque le interesaba algo más que él mismo? James Potter por el contrario estaba seguro que nunca se pregunto acerca de lo que vivían las demás criaturas, no veía más allá de sus intereses. Lily por el contrario era una amante de las criaturas mágicas, y eso es lo que más lo shockeo, recordaba a Lily preguntar lo mismo un día en la cocina mientras él le hablaba sobre los elfos domésticos.
La idea pareció espeluznar a Winky, que cerró los dedos un poco para volver a ocultar parcialmente el rostro.
— ¡A los elfos domésticos no se nos paga, señor! —explicó en un chillido amortiguado—. No, no, no.
Hermione ahora sí que estaba indignada, los elfos domésticos tenían claramente sentimientos y eran seres pensantes, por lo tanto deben ser tratados como iguales. Si trabajan, deben tener un salario, vacaciones, días de descanso como todo el mundo. Estaba por abrir la boca cuando captó la mirada de Harry que le indicaba que haga silencio. Pero es que, le parecía todo tan injusto, aún así se dio cuenta que no era el momento ni el lugar. En vez de protestar, debía a hacer algo.
Le he dicho a Dobby, se lo he dicho, ve a buscar una buena familia y asiéntate, Dobby. Se está volviendo un juerguista, señor, y eso es muy indecoroso en un elfo doméstico. Si sigues así, Dobby, le digo, lo próximo que oiré de ti es que te han llevado ante el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas, como a un vulgar duende.
— Bueno, ya era hora de que se divirtiera un poco —opinó Harry.
— La diversión no es para los elfos domésticos, Harry Potter —repuso Winky con firmeza desde detrás de las manos que le ocultaban el rostro—. Los elfos domésticos obedecen. No soporto las alturas, Harry Potter... —Miró hacia el borde de la tribuna y tragó saliva—. Pero mi amo me manda venir a la tribuna principal, y vengo, señor.
Dumbledore mirando lo tensa que estaba su alumna le mandó una mirada comprensiva, lo de los elfos domésticos era un tema peliagudo. ¿Cómo ayudar a alguien que no quiere ayuda?
— ¿Por qué te manda venir tu amo si sabe que no soportas las alturas? — preguntó Harry, frunciendo el entrecejo.
Molly miró hacía Harry sintiéndose orgullosa como si de un hijo se tratase, le impresionaba lo buen chico que era y más viendo la clase de familia con la que había crecido.
— Mi amo... mi amo quiere que le guarde una butaca, Harry Potter, porque está muy ocupado —dijo Winky, inclinando la cabeza hacia la butaca vacía que tenía a su lado—. Winky está deseando volver a la tienda de su amo, Harry Potter, pero Winky hace lo que le mandan, porque Winky es una buena elfina doméstica.
Bill pensaba en su trabajo, ahí había conocido a varios elfos domésticos ya que sus amos los llevaban para transportar cosas o para limpiar algunas bóvedas viejas en las que los encantos se habían deteriorado con el tiempo y veía ese tipo de trato normal. A los amos no les importaba si le temían a los carritos, o si debían probar si los hechizos seguían funcionando con ellos aunque les causara daños, los usaban como descarte. Era un comportamiento que no le gustaba pero era su trabajo mantenerse en silencio y tratar de deshacer las maldiciones y listo. Los duendes les gustaba el trabajo eficaz y rápido, y nunca debían meterse en los asuntos de sus clientes.
Aterrorizada, echó otro vistazo al borde de la tribuna, y volvió a taparse los ojos completamente. Harry se volvió a los otros.
— ¿Así que eso es un elfo doméstico? —murmuró Ron—. Son extraños, ¿verdad?
— Dobby era aún más extraño —aseguró Harry.
Ron sacó los omniculares y comenzó a probarlos, mirando con ellos a la multitud que había abajo, al otro lado del estadio.
— ¡Sensacional! —exclamó, girando el botón de retroceso que tenía a un lado—. Puedo hacer que aquel viejo se vuelva a meter el dedo en la nariz una vez... y otra... y otra...
Ginny miró a su hermano con una muesca de asco mientras sacudía la cabeza. Harry al verla no pudo evitar reírse, su cara era muy graciosa.
Hermione, mientras tanto, leía con interés su programa forrado de terciopelo y adornado con borlas.
— Antes de que empiece el partido habrá una exhibición de las mascotas de los equipos —leyó en voz alta.
— Eso siempre es digno de ver —dijo el señor Weasley—. Las selecciones nacionales traen criaturas de su tierra para que hagan una pequeña exhibición.
— Por lo que a veces terminan muy mal- comentó Sirius hacia los más jóvenes- las mascotas son casi siempre criaturas mágicas que terminan peleándose entre sí.
Durante la siguiente media hora se fue llenando lentamente la tribuna. El señor Weasley no paró de estrechar la mano a personas que obviamente eran magos importantes. Percy se levantaba de un salto tan a menudo que parecía que tuviera un erizo en el asiento. Cuando llegó Cornelius Fudge, el mismísimo ministro de Magia, la reverencia de Percy fue tan exagerada que se le cayeron las gafas y se le rompieron. Muy embarazado, las reparó con un golpe de la varita y a partir de ese momento se quedó en el asiento, echando miradas de envidia a Harry, a quien Cornelius Fudge saludó como si se tratara de un viejo amigo. Ya se conocían, y Fudge le estrechó la mano con ademán paternal, le preguntó cómo estaba y le presentó a los magos que lo acompañaban.
Sirius miró a Harry con una ceja alzada, ¿De dónde conocía al Ministro de Magia?
— Ya sabe, Harry Potter —le dijo muy alto al ministro de Bulgaria, que llevaba una espléndida túnica de terciopelo negro con adornos de oro y parecía que no entendía una palabra de inglés—. ¡Harry Potter...! Seguro que lo conoce: el niño que sobrevivió a Quien-usted-sabe... Tiene que saber quién es...
El búlgaro vio de pronto la cicatriz de Harry y, señalándola, se puso a decir en voz alta y visiblemente emocionado cosas que nadie entendía.
Lo único que le faltaba a Harry, después que Tonks habló emocionada de nuevo y en una voz que nada tenía que ver con Fudge, tenía que escuchar que el Ministro de Bulgaria también lo conocía. Merlín.
— Sabía que al final lo conseguiríamos —le dijo Fudge a Harry cansinamente—. No soy muy bueno en idiomas; para estas cosas tengo que echar mano de Barty Crouch. Ah, ya veo que su elfina doméstica le está guardando el asiento. Ha hecho bien, porque estos búlgaros quieren quedarse los mejores sitios para ellos solos... ¡Ah, ahí está Lucius!
Harry gimió. Lo que le faltaba, Malfoy.
Harry, Ron y Hermione se volvieron rápidamente. Los que se encaminaban hacia tres asientos aún vacíos de la segunda fila, justo detrás del padre de Ron, no eran otros que los antiguos amos de Dobby: Lucius Malfoy, su hijo Draco y una mujer que Harry supuso que sería la madre de Draco. Harry y Draco Malfoy habían sido enemigos desde su primer día en Hogwarts. De piel pálida, cara afilada y pelo rubio platino, Draco se parecía mucho a su padre. También su madre era rubia, alta y delgada, y habría parecido guapa si no hubiera sido por el gesto de asco de su cara, que daba la impresión de que, justo debajo de la nariz, tenía algo que olía a demonios.
Tonks y Sirius comenzaron a reír a carcajadas. Remus le agarró el libro para mantenerlo abierto mientras ellos ya se quedaban sin respiración. Era una descripción tan acertada de Narcissa que cuando estaban tratando de calmarse se veían el uno al otro y comenzaban a reír nuevamente. Harry los veía de uno al otro sin entender. ¿Se conocían?
Sirius que fue el primero de los dos en tomar aire, vio las caras de algunos que los miraban sin comprender, osea era graciosa la forma de describir a la madre de Malffoy pero tampoco para tanto. Así que al ver la incomprensión trató de explicarse.
— Mi madre (la vieja bruja, mascullo por lo bajo) y el padre de Narcissa eran hermanos. Seriamos primos, nunca me cayó bien, la única que me caía bien de mi familia era mi prima Andrómeda, que es la madre de Tonks.
— Entonces ustedes, ¿Son familia?- preguntó Harry mirando de uno a otro, siempre se imaginó a Sirius solo.
Sirius asintió al igual que Tonks que ya se recuperaba y tomaba el libro de las manos de Remus, tocando sigilosamente su mano mientras lo hacía.
— Tanto Andrómeda como yo fuimos sacados de la familia, ella se casó con un mago de padres muggles, y no nos veíamos con regularidad, a ella la habré visto dos veces cuando tenía entre seis o siete años.
Tonks asintió y tomó el libro mas despejada mientras recordaba a su madre contarle que el tío Sirius (como ella lo llamaba) no iba a volver más porque había hecho algo muy malo.
— ¡Ah, Fudge! —dijo el señor Malfoy, tendiendo la mano al llegar ante el ministro de Magia—. ¿Cómo estás? Me parece que no conoces a mi mujer, Narcisa, ni a nuestro hijo, Draco.
— ¿Cómo está usted?, ¿cómo estás? —saludó Fudge, sonriendo e inclinándose ante la señora Malfoy—. Permítanme presentarles al señor Oblansk... Obalonsk... al señor... Bueno, es el ministro búlgaro de Magia, y, como no entiende ni jota de lo que digo, da lo mismo. Veamos quién más... Supongo que conoces a Arthur Weasley.
Los gemelos comenzaron a reírse, las bromas que le podían hacer si no entendía.
Fue un momento muy tenso. El señor Weasley y el señor Malfoy se miraron el uno al otro, y Harry recordó claramente la última ocasión en que se habían visto: había sido en la librería Flourish y Blotts, y se habían peleado.
— ¿De enserio Arthur? ¿Y cómo fue? ¿Le diste su merecido?- Sirius hablaba rápido mientras miraba hacia el señor Weasley con los ojos brillosos.
— Bueno Sirius, digamos que ya sabe que no puede meterse con un Weasley y salir ileso, mala suerte que justo Hagrid...- un codazo de su mujer le llamó la atención.
La señora Weasley lo miró fríamente.
— Digo, gracias a Merlín estaba Hagrid para separarnos- ratificó enseguida.
Sus hijos mayores se miraron y comenzaron a reírse, su padre era un total completo dominado.
Los fríos ojos del señor Malfoy recorrieron al señor Weasley y luego la fila en que estaba sentado. 
— Por Dios, Arthur —dijo con suavidad—, ¿qué has tenido que vender para comprar entradas en la tribuna principal? Me imagino que no te ha llegado sólo con la casa.
Molly escuchó lo dicho aireada, ¿Cómo se atrevía? La próxima vez dejaría que su marido se encargara y no movería un pelo por separarlos.
Fudge, que no escuchaba, dijo:
— Lucius acaba de aportar una generosa contribución para el Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas, Arthur. Ha venido aquí como invitado mío.
— ¡Ah... qué bien! —dijo el señor Weasley, con una sonrisa muy tensa.
El señor Malfoy observó a Hermione, que se puso algo colorada pero le devolvió la mirada con determinación. Harry comprendió qué era lo que provocaba aquella mueca de desprecio en los labios del señor Malfoy: los Malfoy se enorgullecían de ser de sangre limpia; lo que quería decir que consideraban de segunda clase a cualquiera que procediera de familia muggle, como Hermione.
— Es claro que está enfadado porque eres la mejor bruja de tu generación- la profesora McGonagall miró sonriendo a su alumna favorita. De más está decir que nunca admitiría tal favoritismo.
Sin embargo, el señor Malfoy no se atrevió a decir nada delante del ministro de Magia. Con la cabeza hizo un gesto desdeñoso al señor Weasley, y continuó caminando hasta llegar a sus asientos. También Draco lanzó a Harry, Ron y Hermione una mirada de desprecio, y luego se sentó entre sus padres.
— Asquerosos —murmuró Ron cuando él, Harry y Hermione se volvieron de nuevo hacia el campo de juego.
— Apoyo la moción- saltaron los gemelos en sus asientos con la mano alzada.
Los chicos negaron con la cabeza.
Un segundo más tarde, Ludo Bagman llegaba a la tribuna principal como si fuera un indio lanzándose al ataque de un fuerte.
— ¿Todos listos? —preguntó. Su redonda cara relucía de emoción como un queso de bola grande—. Señor ministro, ¿qué le parece si empezamos?
Todos los fanáticos del Quidditch (osea casi todos excepto Hermione y Molly que estaban más entusiasmadas al ver a los otros felices que por ellas) se posicionaron para escuchar el comienzo del partido.
— Cuando tú quieras, Ludo —respondió Fudge complacido.
Ludo sacó la varita, se apuntó con ella a la garganta y dijo:
— ¡Sonorus! —Su voz se alzó por encima del estruendo de la multitud que abarrotaba ya el estadio y retumbó en cada rincón de las tribunas—. Damas y caballeros... ¡bienvenidos! ¡Bienvenidos a la cuadringentésima vigésima segunda edición de la Copa del Mundo de quidditch!
Harry abrió los ojos en "Quidditch a través de los tiempos" no mencionaba cuantos mundiales habían pasado, pero era una cantidad desorbitante.
Los espectadores gritaron y aplaudieron. Ondearon miles de banderas, y los discordantes himnos de sus naciones se sumaron al jaleo de la multitud. El enorme panel que tenían enfrente borró su último anuncio (Grageas multisabores de Bertie Bott: ¡un peligro en cada bocado!) y mostró a continuación: BULGARIA: 0; IRLANDA: 0.
— Y ahora, sin más dilación, permítanme que les presente a... ¡las mascotas del equipo de Bulgaria!
Las tribunas del lado derecho, que eran un sólido bloque de color escarlata, bramaron su aprobación.
— Me pregunto qué habrán traído —dijo el señor Weasley, inclinándose en el asiento hacia delante—. ¡Aaah!
— De pronto se quitó las gafas y se las limpió a toda prisa en la tela de la túnica—. ¡Son veelas!
Tonks se rió antes de continuar, pobre Harry siempre el primer encuentro con las Veelas eran vergonzosos para los hombres.
— ¿Qué son vee...?
Pero un centenar de veelas acababan de salir al campo de juego, y la pregunta de Harry quedó respondida. Las veelas eran mujeres, las mujeres más hermosas que Harry hubiera visto nunca... pero no eran (no podían ser) humanas.
Ginny se movió incómoda, las veelas eran seres perfectos físicamente ella quedaba como un gusarajo al lado de ellas.
Esto lo desconcertó por un momento, mientras trataba de averiguar qué eran realmente: qué podía hacer brillar su piel de aquel modo, con un resplandor plateado; o qué era lo que hacía que, sin que hubiera viento, el pelo dorado se les abriera en abanico detrás de la cabeza. Pero en aquel momento comenzó la música, y Harry dejó de preguntarse sobre su carácter humano. De hecho, no se hizo ninguna pregunta en absoluto.
Harry se extraño, era demasiado raro que algo lo haya hecho dejar de preguntarse cosas, ya que de por sí era una persona curiosa.
Las veelas se pusieron a bailar, y la mente de Harry se quedó totalmente en blanco, sólo ocupada por una suerte de dicha. En ese momento, lo único que en el mundo merecía la pena era seguir viendo a las veelas; porque, si ellas dejaban de bailar, ocurrirían cosas terribles...
Los gemelos miraron hacía Harry riéndose mientras se ponían en posición como si fuesen cupidos lanzándoles flechas. Harry trató por todos los medios de ignorarlos mientras su cara se iba tornando más y más roja.
A medida que las veelas aumentaban la velocidad de su danza, unos pensamientos desenfrenados, aún indefinidos, se iban apoderando de la aturdida mente de Harry. Quería hacer algo muy impresionante, y tenía que ser en aquel mismo instante. Saltar desde la tribuna al estadio parecía una buena idea... pero ¿sería suficiente?
Hasta ahí llegaron la mayoría, lanzando una carcajada general, hasta Remus reía. Harry no podía sentirse más avergonzado. ¿Por qué no aparecían uno de esos portales de tiempo que dejaron los libros y los mandaba hacía una dimensión donde todos se hubiesen olvidado de esto? No ayudaba en nada ver la cara de preocupación de la señora Weasley preguntándose si había saltado o no y la cara de satisfacción de Snape seguramente preguntándose lo mismo pero deseando que la repuesta sea la contraria.
Tonks tomó aire un par de veces antes de agacharse a tomar agua para recuperarse.
— Harry, ¿qué haces? —le llegó la voz de Hermione desde muy lejos.
Cesó la música. Harry cerró los ojos y volvió a abrirlos. Se había levantado del asiento, y tenía un pie sobre la pared de la tribuna principal.
Snape emitió un chasquido con la lengua, había estado tan cerca. No es que quería que muriese en la caída, había demasiados magos para permitirlo, pero si se tiraba iba a ser humillante.
A su lado, Ron permanecía inmóvil, en la postura que habría adoptado si hubiera pretendido saltar desde un trampolín. El estadio se sumió en gritos de protesta. La multitud no quería que las veelas se fueran, y lo mismo le pasaba a Harry. Por supuesto, apoyaría a Bulgaria, y apenas acertaba a comprender qué hacía en su pecho aquel trébol grande y verde. Ron, mientras tanto, hacía trizas, sin darse cuenta, los tréboles de su sombrero. El señor Weasley, sonriendo, se inclinó hacia él para quitárselo de las manos.
Harry se alivió al ver que ahora miraban a Ron con gestos burlones.
— Lamentarás haberlos roto en cuanto veas a las mascotas de Irlanda —le dijo.
— ¿Eh? —musitó Ron, mirando con la boca abierta a las veelas, que acababan de alinearse a un lado del terreno de juego.
Hermione chasqueó fuerte la lengua y tiró de Harry para que se volviera a sentar.
— ¡Lo que hay que ver! —exclamó.
Ginny asintió con la cabeza, por suerte contaba con Hermione para ponerlos en su camino. Aunque de pronto se extraño ¿Tan invisible era que no la mencionaban nunca siendo que estaba presente? Su inquietud se calmó al pensar que tampoco estaban mencionaban a Charlie o a Bil.
— Y ahora —bramó la voz de Ludo Bagman— tengan la bondad de alzar sus varitas para recibir a... ¡las mascotas del equipo nacional de Irlanda!
En aquel momento, lo que parecía ser un cometa de color oro y verde entró en el estadio como disparado, dio una vuelta al terreno de juego y se dividió en dos cometas más pequeños que se dirigieron a toda velocidad hacia los postes de gol. Repentinamente se formó un arco iris que se extendió de un lado a otro del campo de juego, conectando las dos bolas de luz. La multitud exclamaba «¡oooooooh!» y luego «¡aaaaaaah!», como si estuviera contemplando un castillo de fuegos de artificio. A continuación se desvaneció el arco iris, y las dos bolas de luz volvieron a juntarse y se abrieron: formaron un trébol enorme y reluciente que se levantó en el aire y empezó a elevarse sobre las tribunas. De él caía algo que parecía una lluvia de oro.
Harry y Ron se miraron casi saltando en sus asientos, sonaba genial.
— ¡Maravilloso! —exclamó Ron cuando el trébol se elevó sobre el estadio dejando caer pesadas monedas de oro que rebotaban al dar en los asientos y en las cabezas de la multitud.
Bill sonrió, galeones de oro leprechauns seguramente, nadie regala galeones verdaderos.
Entornando los ojos para ver mejor el trébol, Harry apreció que estaba compuesto de miles de hombrecitos diminutos con barba y chalecos rojos, cada uno de los cuales llevaba una diminuta lámpara de color oro o verde.
Los que ya habían adivinado de qué se trataba ponieron cara de superioridad, era lo típico, no se esperaba otra mascota de Irlanda.
— ¡Son leprechauns! —explicó el señor Weasley, alzando la voz por encima del tumultuoso aplauso de los espectadores, muchos de los cuales estaban todavía buscando monedas de oro debajo de los asientos.
Charlie sacudió la cabeza al igual que su hermano, se iban a llevar una desilusión cuando desaparecieran sus galeones.
— ¡Aquí tienes! —dijo Ron muy contento, poniéndole a Harry un montón de monedas de oro en la mano—. ¡Por los omniculares! ¡Ahora me tendrás que comprar un regalo de Navidad, je, je!
Snape miró hacia otro lado, y después decían que los Gryffindor eran inteligentes. Los otros por el contrario no sabían si aclarar lo de los galeones o dejar a Ron en paz. Al ver que los gemelos que eran los más bromistas y que no perderían tiempo en burlarse de su hermano no decían nada comprendieron que ellos tampoco sabían nada de eso. Por mutuo acuerdo por medio de miradas prefirieron dejarlo pasar y comentarlo luego para no hacerlo sentir más avergonzado.
El enorme trébol se disolvió, los leprechauns se fueron hacia el lado opuesto al que ocupaban las veelas, y se sentaron con las piernas cruzadas para contemplar el partido.
— Y ahora, damas y caballeros, ¡demos una calurosa bienvenida a la selección nacional de quidditch de Bulgaria! Con ustedes... ¡Dimitrov!
Una figura vestida de escarlata entró tan rápido montada sobre el palo de su escoba que sólo se pudo distinguir un borrón en el aire. La afición del equipo de Bulgaria aplaudió como loca.
— ¡Ivanova!
Una nueva figura hizo su aparición zumbando en el aire, igualmente vestida con una túnica de color escarlata.
— ¡Zograf!, ¡Levski!, ¡Vulchanov!, ¡Volkov! yyyyyyyyy... ¡Krum!
Ron pegó un brinco golpeando sin querer a Harry y a su hermana que estaban a su lado. Cuando estos protestaron los cayó a ambos con una mirada, quería escuchar todo acerca de ese partido.
— ¡Es él, es él! —gritó Ron, siguiendo a Krum con los omniculares.
Harry se apresuró a enfocar los suyos. Viktor Krum era delgado, moreno y de piel cetrina, con una nariz grande y curva y cejas negras y muy pobladas. Semejaba una enorme ave de presa. Costaba creer que sólo tuviera dieciocho años.
— Si, no nos gusta nada que mi hermano quiera imponérnoslo como cuñado.
— Pero bueno, la parte positiva es que conseguiremos entradas gratis a todos los partidos.
Ron miró furiosamente a sus hermanos pero no emitió palabra, quería que Tonks siguiese leyendo.
— Y recibamos ahora con un cordial saludo ¡a la selección nacional de quidditch de Irlanda! —bramó Bagman—. Les presento a... ¡Connolly!, ¡Ryan!, ¡Troy!, ¡Mullet!, ¡Moran!, ¡Quigley! yyyyyyyyy... ¡Lynch!
Ahora los Weasley al completó aplaudían entusiasmados. ¡Vamos Irlanda!
Siete borrones de color verde rasgaron el aire al entrar en el campo de juego. Harry dio vueltas a una ruedecilla lateral de los omniculares para ralentizar el movimiento de los jugadores hasta conseguir ver la inscripción «Saeta de Fuego» en cada una de las escobas y los nombres de los jugadores bordados en plata en la parte de atrás de las túnicas.
Harry miró hacia su padrino mientras este contento le guiñaba un ojo. La Saeta de Fuego era su mayor tesoro, mas por quién se lo había regalado.
— Y ya por fin, llegado desde Egipto, nuestro árbitro, el aclamado Presimago de la Asociación Internacional de Quidditch: ¡Hasán Mustafá!
Entonces, caminando a zancadas, entró en el campo de juego un mago vestido con una túnica dorada que hacía juego con el estadio. Era delgado, pequeño y totalmente calvo salvo por el bigote, que no tenía nada que envidiar al de tío Vernon. Debajo de aquel bigote sobresalía un silbato de plata; bajo un brazo llevaba una caja de madera, y bajo el otro, su escoba voladora. Harry volvió a poner en velocidad normal sus omniculares y observó atentamente a Mustafá mientras éste montaba en la escoba y abría la caja con un golpe de la pierna: cuatro bolas quedaron libres en ese momento: la quaffle, de color escarlata; las dos bludgers negras, y (Harry la vio sólo durante una fracción de segundo, porque inmediatamente desapareció de la vista) la alada, dorada y minúscula snitch.
Charlie lo miró fijamente, como evaluándolo, era impresionante si había podido verla aunque sea durante un segundo a esa distancia.
Soplando el silbato, Mustafá emprendió el vuelo detrás de las bolas.
— ¡Comieeeeeeeeenza el partido! —gritó Bagman—. Todos despegan en sus escobas y ¡Mullet tiene la quaffle! ¡Troy! ¡Moran! ¡Dimitrov! ¡Mullet de nuevo! ¡Troy! ¡Levski! ¡Moran!
Con cada nombre que Tonks decía, los fanáticos se tiraban más cerca de la punta de sus asientos como preparándose para saltar en cualquier momento.
Aquello era quidditch como Harry no había visto nunca. Se apretaba tanto los omniculares contra los cristales de las gafas que se hacía daño con el puente. La velocidad de los jugadores era increíble: los cazadores se arrojaban la quaffle unos a otros tan rápidamente que Bagman apenas tenía tiempo de decir los nombres. Harry volvió a poner la ruedecilla en posición de «lento», apretó el botón de «jugada a jugada» que había en la parte de arriba y empezó a ver el juego a cámara lenta, mientras los letreros de color púrpura brillaban a través de las lentes y el griterío de la multitud le golpeaba los tímpanos.
— Si haces eso te vas a perder todo el partido- le susurró Hermione a Harry desde su costado.
Harry la miró con una ceja alzada sin comprender, estaba concentrado en el partido.
Formación de ataque «cabeza de halcón», leyó en el instante en que los tres cazadores del equipo irlandés se juntaron, con Troy en el centro y ligeramente por delante de Mullet y Moran, para caer en picado sobre los búlgaros. Finta de Porskov, indicó el letrero a continuación, cuando Troy hizo como que se lanzaba hacia arriba con la quaffle, apartando a la cazadora búlgara Ivanova y entregándole la quaffle a Moran. Uno de los golpeadores búlgaros, Volkov, pegó con su pequeño bate y con todas sus fuerzas a una bludger que pasaba cerca, lanzándola hacia Moran. Moran se apartó para evitar la bludger, y la quaffle se le cayó. Levski, elevándose desde abajo, la atrapó.
McGonagall suspiró, cuanto deseaba ella haber podido jugar así, junto a profesionales, siguiendo estrategias. Si no fuese por ese partido contra Slytherin todo hubiese sido diferente.
— ¡TROY MARCA! —bramó Bagman, y el estadio entero vibró entre vítores y aplausos—. ¡Diez a cero a favor de Irlanda!
Hermione sonrió con un claro "te lo dije" plantado en su rostro. Mientras Harry la miraba todavía sin comprender, pero aún así sabiendo que su amiga tenía razón en algo y que él se había equivocado, esa cara la conocía de más.
— ¿Qué? —gritó Harry, mirando a un lado y a otro como loco a través de los omniculares—. ¡Pero si Levski acaba de coger la quaffle!
Snape sacudió la cabeza. Potter no podía ser más idiota porque el día duraba sólo 24 hs.
— ¡Harry, si no ves el partido a velocidad normal, te vas a perder un montón de jugadas!—le gritó Hermione, que botaba en su asiento moviendo los brazos en el aire mientras Troy daba una vuelta de honor al campo de juego.
Ahora Harry comprendió lo dicho anteriormente por Hermione y volteó a verla. Ella solo lo pinchó con un dedo en su costado murmurando "te lo dije, te lo dije".
Ron que escuchaba el partido se giró para mencionarle algo a Harry topándose con este sonriéndole a su amiga mientras se susurraban algo que él no llegaba a escuchar. No supo el porqué esto le molestó sobre manera y más por el hecho que Hermione parecía estarlo tocando o abrazándolo o haciéndole cosquillas o anda a saber que, cuando con él la máxima interacción era un golpe en la cabeza para que estudie. Se giró de nuevo hacía su lugar ya sin prestarle tanta atención al partido.
Harry miró por encima de los omniculares, y vio que los leprechauns, que observaban el partido desde las líneas de banda, habían vuelto a elevarse y a formar el brillante y enorme trébol. Desde el otro lado del campo, las veelas los miraban mal encaradas. Enfadado consigo mismo, Harry volvió a poner la ruedecilla en velocidad normal antes de que el juego se reanudara. Harry sabía lo suficiente de quidditch para darse cuenta de que los cazadores de Irlanda eran soberbios. Formaban un equipo perfectamente coordinado, y, por las posiciones que ocupaban, parecía como si cada uno pudiera leer la mente de los otros. La escarapela que llevaba Harry en el pecho no dejaba de gritar sus nombres: «¡Troy... Mullet... Moran!»
Eso suena a buen Quidditch, pensó Harry mientras se imaginaba lo que sería estar con un equipo así. Aún así no podía quejarse, el año pasado habían ganado por primera vez la copa de Quidditch y todavía le duraba la felicidad. Aparte como buscador era el jugador más independiente del resto.
Al cabo de diez minutos, Irlanda había marcado otras dos veces, hasta alcanzar el treinta a cero, lo que había provocado mareas de vítores atronadores entre su afición, vestida de verde.
En el salón los Weasley mostraban una sonrisa de satisfacción. Si seguían así sólo iban a necesitar que el Lynch, el buscador de Irlanda, se impogna a Krum.
El juego se tomó aún más rápido pero también más brutal. Volkov y Vulchanov, los golpeadores búlgaros, aporreaban las bludgers con todas sus fuerzas para pegar con ellas a los cazadores del equipo de Irlanda, y les impedían hacer uso de algunos de sus mejores movimientos: dos veces se vieron forzados a dispersarse y luego, por fin, Ivanova logró romper su defensa, esquivar al guardián, Ryan, y marcar el primer tanto del equipo de Bulgaria.
Abucheos sonaron por la sala. Se les hacía fácil olvidarse que no estaba pasando en ese momento.
— ¡Meteos los dedos en las orejas! —les gritó el señor Weasley cuando las veelas empezaron a bailar para celebrarlo. Harry además cerró los ojos: no quería que su mente se evadiera del juego.
La señora Weasley agitó su cabeza mostrando su conformidad, las veelas no eran de su agrado, demasiado temperamentales, usando su aspecto para conseguirlo todo y nunca miraban mas allá de su propia sombra.
Tras unos segundos, se atrevió a echar una mirada al terreno de juego: las veelas ya habían dejado de bailar, y Bulgaria volvía a estar en posesión de la quaffle.
— ¡Dimitrov! ¡Levski! ¡Dimitrov! Ivanova... ¡ ¡eh!! —bramó Bagman.
Cien mil magos y brujas ahogaron un grito cuando los dos buscadores, Krum y Lynch, cayeron en picado por en medio de los cazadores, tan veloces como si se hubieran tirado de un avión sin paracaídas.
Charlie pegó un salto en su sillón, los partidos eran para escucharse parado no soportaba la tensión de estar sentado tranquilamente como si nada pero no quería molestar durante la lectura. Los otros ahogaron un jadeo en espera a que Lynch pueda atrapar la snitch, los gemelos por el contrario no querían que ninguno de los dos la atrapase. Irlanda no tenía una superioridad numérica tan grande como para ganar si Krum atrapaba la snitch como ellos apostaron.
Harry siguió su descenso con los omniculares, entrecerrando los ojos para tratar de ver dónde estaba la snitch...
— ¡Se van a estrellar! —gritó Hermione a su lado.
Y así parecía... hasta que en el último segundo Viktor Krum frenó su descenso y se elevó con un movimiento de espiral. Lynch, sin embargo, chocó contra el suelo con un golpe sordo que se oyó en todo el estadio. Un gemido brotó de la afición irlandesa.
Lo mismo sucedía en la sala. Lynch debía estar bien, era su buscador estrella.
— ¡Tonto! —se lamentó el señor Weasley—. ¡Krum lo ha engañado!
— ¡Tiempo muerto! —gritó la voz de Bagman—. ¡Expertos medimagos tienen que salir al campo para examinar a Aidan Lynch!
— Estará bien, ¡sólo ha sido un castañazo! —le dijo Charlie en tono tranquilizador a Ginny, que se asomaba por encima de la pared de la tribuna principal, horrorizada—. Que es lo que andaba buscando Krum, claro...
Harry quién había engañado así en sus partidos (como con Malfoy cuando se acercó fingiendo que iba tras él en segundo) pensó en lo genial que sería aprender esa maniobra. Obvio que no quería que la otra persona sea dañada pero mejor sacarlo del juego por un rato.
Harry se apresuró a apretar el botón de retroceso y luego el de «jugada a jugada» en sus omniculares, giró la ruedecilla de velocidad, y se los puso otra vez en los ojos. Vio de nuevo, esta vez a cámara lenta, a Krum y Lynch cayendo hacia el suelo. Amago de Wronski: un desvío del buscador muy peligroso, leyó en las letras de color púrpura impresas en la imagen. Vio que el rostro de Krum se contorsionaba a causa de la concentración cuando, justo a tiempo, se frenaba para evitar el impacto, mientras Lynch se estrellaba, y comprendió que Krum no había visto la snitch: sólo se había lanzado en picado para engañar a Lynch y que lo imitara.
Harry y Charlie asintieron, era una maniobra genial pero muy difícil de llevar a cabo había que tener un control total sobre la escoba.
Harry no había visto nunca a nadie volar de aquella manera. Krum no parecía usar una escoba voladora: se movía con tal agilidad que más bien parecía ingrávido. Harry volvió a poner sus omniculares en posición normal, y enfocó a Krum, que volaba en círculos por encima de Lynch, a quien en esos momentos los medimagos trataban de reanimar con tazas de poción. Enfocando aún más de cerca el rostro de Krum, Harry vio cómo sus oscuros ojos recorrían el terreno que había treinta metros más abajo. Estaba aprovechando el tiempo para buscar la snitch sin la interferencia de otros jugadores.
Ron salió de su estado catatónico al escuchar nombrar a Krum tantas veces, no es que no hubiese escuchado todo lo que sucedió pero su mente se hallaba lejos. Sacudió la cabeza tratando de no pensar en Harry y Hermione, es que, pensó, no le gustaba que Hermione este siendo más cercana a Harry que él, seguro que eso es lo que lo molestaba tanto.
Finalmente Lynch se incorporó, en medio de los vítores de la afición del equipo de Irlanda, montó en la Saeta de Fuego y, dando una patada en la hierba, levantó el vuelo. Su recuperación pareció otorgar un nuevo empuje al equipo de Irlanda. Cuando Mustafá volvió a pitar, los cazadores se pusieron a jugar con una destreza que Harry no había visto nunca. En otros quince minutos trepidantes, Irlanda consiguió marcar diez veces más.
Ginny, al igual que sus hermanos, escuchaba extasiada como Irlanda iba sacando más y más ventaja a su oponente. Marcando tantos uno tras otro, era genial, por eso era su posición favorita. Ser cazadora profesionalmente era su sueño. Y más si podía jugar en el mismo equipo que Gwenog Jones (capitana de las Arpías de Holyhead). Aunque para ese entonces lo más probable es que se haya retirado.
Ganaban por ciento treinta puntos a diez, y los jugadores comenzaban a jugar de manera más sucia. Cuando Mullet, una vez más, salió disparada hacia los postes de gol aferrando la quaffle bajo el brazo, el guardián del equipo búlgaro, Zograf, salió a su encuentro. Fuera lo que fuera lo que sucedió, ocurrió tan rápido que Harry no pudo verlo, pero un grito de rabia brotó de la afición de Irlanda, y el largo y vibrante pitido de Mustafá indicó falta.
— Por lo menos es un buen árbitro- comentó Sirius.
— Y Mustafá está reprendiendo al guardián búlgaro por juego violento... ¡Excesivo uso de los codos! —informó Bagman a los espectadores, por encima de su clamor—. Y... ¡sí, señores, penalti favorable a Irlanda!
Los gemelos aplaudieron de forma ruidosa, si Irlanada seguía así y Krum no los defraudaba iban a ganar una cuantiosa suma de dinero.
Los leprechauns, que se habían elevado en el aire, enojados como un enjambre de avispas cuando Mullet había sufrido la falta, se apresuraron en aquel momento a formar las palabras: «¡JA, JA, JA!» Las veelas, al otro lado del campo, se pusieron de pie de un salto, agitaron de enfado sus melenas y volvieron a bailar.
Siempre igual con las mascotas, pensó Dumbledore, la excesiva violencia en el Quidditch era una de las razones por las cuales el director de Hogwarts no era un acérrimo seguidor. Suficiente violencia había en la vida.
Todos a una, los chicos Weasley y Harry se metieron los dedos en los oídos; pero Hermione, que no se había tomado la molestia de hacerlo, no tardó en tirar a Harry del brazo. Él se volvió hacia ella, y Hermione, con un gesto de impaciencia, le quitó los dedos de las orejas.
— ¡Fíjate en el árbitro! —le dijo riéndose.
Harry miró el terreno de juego. Hasán Mustafá había aterrizado justo delante de las veelas y se comportaba de una manera muy extraña: flexionaba los músculos y se atusaba nerviosamente el bigote.
— Retracto lo dicho- exclamó Sirius ahora riéndose.
El señor Weasley por el contrario sentía lástima por el árbitro, caer por las mascotas de uno de los equipos iba a ser una broma que llevaría por bastante tiempo frente a otros.
— ¡No, esto sí que no! —dijo Ludo Bagman, aunque parecía que le hacía mucha gracia—. ¡Por favor, que alguien le dé una palmada al árbitro!
Un medimago cruzó a toda prisa el campo, tapándose los oídos con los dedos, y le dio una patada a Mustafá en la espinilla.
Harry rió junto con los más chicos. Hermione por el contrario anotó mentalmente golpear a sus amigos si quedaban idiotizados por las veelas en el futuro.
Mustafá volvió en sí. Harry, mirando por los omniculares, advirtió que parecía muy embarazado y que les estaba gritando a las veelas, que habían dejado de bailar y adoptaban ademanes rebeldes.
— Y, si no me equivoco, ¡Mustafá está tratando de expulsar a las mascotas del equipo búlgaro! —explicó la voz de Bagman—. Esto es algo que no habíamos visto nunca... ¡Ah, la cosa podría ponerse fea...!
Sirius se estremeció, nunca se debía irritar a una veela o una persona con sangre veela, daban terror. Remus al sentir a su amigo temblando a su lado lo miró de forma burlona al recordar el porqué. Sólo digamos que el mujeriego Sirius nunca volvió a ser el mismo luego de meterse con una chica media veela.
Y, desde luego, se puso fea: los golpeadores del equipo de Bulgaria, Volkov y Vulchanov, habían tomado tierra uno a cada lado de Mustafá, y discutían con él furiosamente señalando hacia los leprechauns, que acababan de formar las palabras: «¡JE, JE, JE!» Pero a Mustafá no lo cohibían los búlgaros: señalaba al aire con el dedo, claramente pidiéndoles que volvieran al juego, y, como ellos no le hacían caso, dio dos breves soplidos al silbato.
Los gemelos se miraron sonriendo, dos penaltis para Irlanda, cada vez estaban más cerca de ganar su apuesta.
— ¡Dos penaltis a favor de Irlanda! —gritó Bagman, y la afición del equipo búlgaro vociferó de rabia—. Será mejor que Volkov y Vulchanov regresen a sus escobas... Sí... ahí van... Troy toma la quaffle...
A partir de aquel instante el juego alcanzó nuevos niveles de ferocidad. Los golpeadores de ambos equipos jugaban sin compasión: Volkov y Vulchanov, en especial, no parecían preocuparse mucho si en vez de a las bludgers golpeaban con los bates a los jugadores irlandeses. Dimitrov se lanzó hacia Moran, que estaba en posesión de la quaffle, y casi la derriba de la escoba.
McGonagall borró de su mente las ganas que había tenido por un momento de que su vida fuese diferente. Después de todo por jugadores así de violentos ella había dejado de jugar. No, prefería mejor alentar por su casa en cada partido y esperar que sus alumnos puedan cumplir sus sueños.
— ¡Falta! —corearon los seguidores del equipo de Irlanda todos a una, y al levantarse a la vez, con su color verde, semejaron una ola.
— ¡Falta! —repitió la voz mágicamente amplificada de Ludo Bagman—. Dimitrov pretende acabar con Moran... volando deliberadamente para chocar con ella... Eso será otro penalti... ¡Sí, ya oímos el silbato!
Bill al igual que Charlie pegaba pequeños brincos en su sillón. Irlanda llevaba la delantera por mucho, era mejor seguirla ampliando, Krum era demasiado bueno.
Los leprechauns habían vuelto a alzarse en el aire, y formaron una mano gigante que hacía un signo muy grosero dedicado a las veelas que tenían enfrente. Entonces las veelas perdieron el control. Se lanzaron al campo y arrojaron a los duendes lo que parecían puñados de fuego. A través de sus omniculares, Harry vio que su aspecto ya no era bello en absoluto. Por el contrario, sus caras se alargaban hasta convertirse en cabezas de pájaro con un pico temible y afilado, y unas alas largas y escamosas les nacían de los hombros.
Sirius tembló más al escuchar la descripción. Nunca lo hubiese admitido frente a James en ese entonces, pero fue lo más tenebroso de su vida. Podía enfrentarse a Voldemort en cualquier momento pero enfrentarse a una mujer medio veela enfadada de nuevo, no gracias.
— ¡Por eso, muchachos —gritó el señor Weasley para hacerse oír por encima del tumulto- , es por lo que no hay que fijarse sólo en la belleza!
La señora Weasley miró hacía su marido con amor, Arthur siempre daba buenos concejos a sus hijos pensó acercándose para darle un beso en la mejilla ante la mirada asqueada de sus hijos.
— No sé si mamá se dio cuenta que técnicamente está diciendo que él no se fijó en la belleza al elegirla- susurró Fred hacia su gemelo.
Los magos del Ministerio se lanzaron en tropel al terreno de juego para separar a las veelas y los leprechauns, pero con poco éxito. Y la batalla que tenía lugar en el suelo no era nada comparada con la del aire.
Dumbledore emitió un sonido de disgusto. No entendía porque no podían jugar limpio.
Harry movía los omniculares de un lado para otro sin parar porque la quaffle cambiaba de manos a la velocidad de una bala.
— Levski... Dimitrov... Moran... Troy... Mullet... Ivanova... De nuevo Moran... Moran... ¡Y MORAN CONSIGUE MARCAR!
Los Weasley alentaron a su equipo.
— Van 10 a 170- exclamó Ginny saltando en su asiento mirando sonriente hacia todos.
Harry lo entendió de inmediato, la diferencia superaba a los 150 que conseguiría el que atrapara la snitch.
Pero apenas se pudieron oír los vítores de la afición irlandesa, tapados por los gritos de las veelas, los disparos de las varitas de los funcionarios y los bramidos de furia de los búlgaros. El juego se reanudó enseguida: primero Levski se hizo con la quaffle, luego Dimitrov... Quigley, el golpeador irlandés, le dio a una bludger que pasaba a su lado y la lanzó con todas sus fuerzas contra Krum, que no consiguió esquivarla a tiempo: le pegó de lleno en la cara.
Ron lanzó una protesta por lo bajo que luego agradeció que su madre no escuchara.
La multitud lanzó un gruñido ensordecedor. Parecía que Krum tenía la nariz rota, porque la cara estaba cubierta de sangre, pero Mustafá no hizo uso del silbato. La jugada lo había pillado distraído, y Harry no podía reprochárselo: una de las veelas le había tirado un puñado de fuego, y la cola de su escoba se encontraba en llamas. Harry estaba deseando que alguien interrumpiera el partido para que pudieran atender a Krum. Aunque estuviera de parte de Irlanda, Krum le seguía pareciendo el mejor jugador del partido. Obviamente, Ron pensaba lo mismo.
Nadie pudo discutir eso, Krum era sin duda el mejor jugador que había en ese momento.
— ¡Esto tiene que ser tiempo muerto! No puede jugar en esas condiciones, míralo...
— ¡Mira a Lynch! —le contestó Harry.
Todos sonrieron sabiendo lo que ello significaba: la snitch estaba a la vista.
El buscador irlandés había empezado a caer repentinamente, y Harry comprendió que no se trataba del «Amago de Wronski»: aquello era de verdad.
— ¡Ha visto la snitch! —gritó Harry—. ¡La ha visto! ¡Míralo!
Sólo la mitad de los espectadores parecía haberse dado cuenta de lo que ocurría. La afición irlandesa se levantó como una ola verde, gritando a su buscador... pero Krum fue detrás. Harry no sabía cómo conseguía ver hacia dónde se dirigía. Iba dejando tras él un rastro de gotas de sangre, pero se puso a la par de Lynch, y ambos se lanzaron de nuevo hacia el suelo...
Los gemelos cruzaban los dedos, si Krum atrapaba iban a tener el dinero necesario para poder construir su negocio, su sueño.
— ¡Van a estrellarse! —gritó Hermione.
— ¡Nada de eso! —negó Ron.
— ¡Lynch sí! —gritó Harry. Y acertó.
— ¡Oh no!- exclamó Ginny por encima de las protestas de sus hermanos. Por favor, por favor, que Bulgaria no anote antes que Krum la atrape rogaba para sí misma.
Por segunda vez, Lynch chocó contra el suelo con una fuerza tremenda, y una horda de veelas furiosas empezó a darle patadas.
Tonks frunció el ceño antes de continuar, ¿Dónde estaban los que cuidaban de los jugadores?
— La snitch, ¿dónde está la snitch? —gritó Charlie, desde su lugar en la fila.
— ¡La tiene...! ¡Krum la tiene...! ¡Ha terminado! —gritó Harry.
Los gemelos saltaron de sus asientos gritando más que nadie entonando el himno de Irlanda. Al ver el entusiasmo todos comprendieron. Ron sonrió alegrándose por sus hermanos. Su madre por el contrario no sabía que sentir al respecto si feliz porque habían ganado una gran cantidad de dinero que ellos nunca podrían darles o molestarse sabiendo en que lo iban a gastar.
Tonks trataba de callar a todos ya que el capítulo ya terminaba pero tardaron unos minutos en guardar silencio y volver a sus lugares.
Krum, que tenía la túnica roja manchada con la sangre que le caía de la nariz, se elevaba suavemente en el aire, con el puño en alto y un destello de oro dentro de la mano. El tablero anunció «BULGARIA: 160; IRLANDA: 170» a la multitud, que no parecía haber comprendido lo ocurrido. Luego, despacio, como si acelerara un enorme Jumbo, un bramido se alzó entre la afición del equipo de Irlanda, y fue creciendo más y más hasta convertirse en gritos de alegría.
La señora Weasley que había asumido la tarea de ayudar a Tonks manteniendo el silencio miraba amenazadora a los que estaban próximos a ponerse a chillar otra vez.
— ¡IRLANDA HA GANADO! —voceó Bagman, que, como los mismos irlandeses, parecía desconcertado por el repentino final del juego—. ¡KRUM HA COGIDO LA SNITCH, PERO IRLANDA HA GANADO! ¡Dios Santo, no creo que nadie se lo esperara!
— Nosotros si- exclamaron los gemelos sonriendo de oreja a oreja.
— ¿Y para qué ha cogido la snitch? —exclamó Ron, al mismo tiempo que daba saltos en su asiento, aplaudiendo con las manos elevadas por encima de la cabeza—. ¡El muy idiota ha dado por finalizado el juego cuando Irlanda les sacaba ciento sesenta puntos de ventaja!
— Sabía que nunca conseguirían alcanzarlos Ron, Krum era el único bueno en Bulgaria- le dijo Ginny a su hermano.
Tonks sonrío y mirando a Ginny leyó.
— Sabía que nunca conseguirían alcanzarlos —le respondió Harry,
Harry le sonrió a Ginny. Ella en cambio esquivó su mirada totalmente colorada.
gritando para hacerse oír por encima del estruendo, y aplaudiendo con todas sus fuerzas—: los cazadores del equipo de Irlanda son demasiado buenos. Quiso terminar lo mejor posible, eso es todo...
— Ha estado magnífico, ¿verdad? —dijo Hermione, inclinándose hacia delante para verlo aterrizar, mientras un enjambre de medimagos se abría camino hacia él entre los leprechauns y las veelas, que seguían peleándose—. Está hecho una pena...
Ron se mostró de acuerdo con Hermione, cosa extraña.
Harry volvió a mirar por los omniculares. Era difícil ver lo que ocurría en aquel momento, porque los leprechauns zumbaban de un lado para otro por el terreno de juego, pero consiguió divisar a Krum entre los medimagos. Parecía más hosco que nunca, y no les dejaba ni que le limpiaran la sangre. Sus compañeros lo rodeaban, moviendo la cabeza de un lado a otro y con aspecto abatido.
Harry lo comprendía, era difícil perder un partido. El año pasado cuando perdió contra Cedric estaba furioso consigo mismo.
A poca distancia, los jugadores del equipo de Irlanda bailaban de alegría bajo una lluvia de oro que les arrojaban sus mascotas. Por todo el estadio se agitaban las banderas, y el himno nacional de Irlanda atronaba en cada rincón.
La señora Weasley volteó justo a tiempo hacia Feed y George que en ese momento se estaban preparando para volver a cantar haciéndolos callar.
Las veelas recuperaron su aspecto habitual, nuevamente hermosas, aunque tristes.
— «Vueno», hemos luchado «vrravamente» —dijo detrás de Harry una voz lúgubre.
Miró hacia atrás: era el ministro búlgaro de Magia.
— Sabía hablar inglés todo el tiempo- comentó Sirius entre risas. Sería genial tener un Ministro así, era de los suyos.
— ¡Usted habla nuestro idioma! —dijo Fudge, ofendido—. ¡Y me ha tenido todo el día comunicándome por gestos!
— «Vueno», eso fue muy «divertida» —dijo el ministro búlgaro, encogiéndose de hombros.
La mayoría de los presentes rieron ante esto. Snape sacudía la cabeza, una persona así que representaba a todo un país debía ser más serio.
— ¡Y mientras la selección irlandesa da una vuelta de honor al campo, escoltada por sus mascotas, llega a la tribuna principal la Copa del Mundo de quidditch! —voceó Bagman.
A Harry lo deslumbró de repente una cegadora luz blanca que bañó mágicamente la tribuna en que se hallaban, para que todo el mundo pudiera ver el interior. Entornando los ojos y mirando hacia la entrada, pudo distinguir a dos magos que llevaban, jadeando, una gran copa de oro que entregaron a Cornelius Fudge, el cual aún parecía muy contrariado por haberse pasado el día comunicándose por señas sin razón.
— Dediquemos un fuerte aplauso a los caballerosos perdedores: ¡la selección de Bulgaria! —gritó Bagman.
En la sala hubo un aplauso de los más jóvenes, Krum merecía ganar pero un equipo es más que un solo jugador.
Y, subiendo por la escalera, llegaron hasta la tribuna los siete derrotados jugadores búlgaros.
El señor Weasley se mostraba orgulloso, sus posiciones en el campo eran las mejores hasta podrían ver a los jugadores de cerca.
Abajo, la multitud aplaudía con aprecio. Harry vio miles y miles de omniculares apuntando en dirección a ellos. Uno a uno, los búlgaros desfilaron entre las butacas de la tribuna, y Bagman los fue nombrando mientras estrechaban la mano de su ministro y luego la de Fudge. Krum, que estaba en último lugar, tenía realmente muy mal aspecto. Los ojos negros relucían en medio del rostro ensangrentado. Todavía agarraba la snitch.
Ron estaba que saltaba al saber que iba a tener a Krum tan cerca. Capaz que hasta conseguía un autógrafo de sus parte.
Harry percibió que en tierra sus movimientos parecían menos ágiles. Era un poco patoso y caminaba cabizbajo. Pero, cuando Bagman pronunció el nombre de Krum, el estadio entero le dedicó una ovación ensordecedora. Y a continuación subió el equipo de Irlanda. Moran y Connolly llevaban a Aidan Lynch. El segundo batacazo parecía haberlo aturdido, y tenía los ojos desenfocados. Pero sonrió muy contento cuando Troy y Quigley levantaron la Copa en el aire y la multitud expresó estruendosamente su aprobación. A Harry le dolían las manos de tanto aplaudir.
En el presente no eran sus manos lo que dolía (ya que no los dejaban hacer todo el espamento que ellos querían) pero si sus mejillas de tanto sonreír. Ya comenzaban a acalambrarse.
Al final, cuando la selección irlandesa bajó de la tribuna para dar otra vuelta de honor sobre las escobas (Aidan Lynch montado detrás de Connolly, agarrándose con fuerza a su cintura y todavía sonriendo como aturdido), Bagman se apuntó con la varita a la garganta y susurró: ¡Quietus!
— Se hablará de esto durante años —dijo con la voz ronca—. Ha sido un giro verdaderamente inesperado. Es una pena que no haya durado más... Ah, ya... ya... ¿Cuánto os debo?
Fred y George acababan de subirse sobre los respaldos de sus butacas y permanecían frente a Ludo Bagman con una amplia sonrisa y la mano tendida hacia él.
Los gemelos chocaron los cinco. Ahora tenían que preocuparse por repetir la hazaña en su tiempo.
Tonks bajó el libro mientras todos discutían parte a parte el partido. Cambió de hoja para entregárselo al siguiente pero jadeo ante el título. Remus que era el más cercano bajó la mirada hacia el libro para ver que sucedía. Su sonrisa quedó congelada en su cara y elevó sus ojos hacía Tonks que ahora lo miraba espantada.
Tonks sabiendo que a ella no le tocaba decirlo pasó el libro hacia George como una autómata sin apartar la mirada de Remus. Las cosas buenas nunca duraban demasiado.

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