miércoles, 1 de junio de 2016

Bagman y Crouch

— Capítulo 7: Bagman y Crouch.
Sirius escuchó el apellido Crouch con el entrecejo fruncido, él había sido uno de los responsables de no haber tenido un juicio justo. Al escuchar que podía ser un mortífago lo había sentenciado a Azkaban directamente. Cuando lo había mencionado uno de los hijos de los Weasley no había sido nada, pero otra cosa era saber que iba a participar más en la historia. Sus pensamientos sólo fueron rotos por la voz de Harry.
— ¿Quién es Bagman?- estaba perdido, ya que nunca había escuchado nombrarlo. Para su sorpresa la que le contestó fue Ginny.
— Bagman es el director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.
— Y en nuestra época era un jugador profesional de Quidditch- aportó Remus, recordaba a James mencionarlo aunque no había sabido nada de él después de eso, una vez que se quedó solo, creyendo en la traición de un amigo que había causado la muerte de los otros dos, se aisló durante años del mundo mágico, o lo más que podía aislarse un hombre lobo. Era una época que no le gustaba recordar prefirió centrarse de nuevo en la lectura.
Harry se desembarazó de Ron y se puso en pie. Habían llegado a lo que, a través de la niebla, parecía un páramo. Delante de ellos había un par de magos cansados y de aspecto malhumorado. Uno de ellos sujetaba un reloj grande de oro; el otro, un grueso rollo de pergamino y una pluma de ganso. Los dos vestían como muggles, aunque con muy poco acierto: el hombre del reloj llevaba un traje de tweed con chanclos hasta los muslos; su compañero llevaba falda escocesa y poncho.
Hermione y Harry se miraron riendo, era muy gracioso ver como los magos trataban de imitar a los muggles.
— Buenos días, Basil —saludó el señor Weasley, cogiendo la bota y entregándosela en mano al mago de la falda, que la echó a una caja grande de trasladores usados que tenía a su lado.
Harry vio en la caja un periódico viejo, una lata vacía de cerveza y un balón de fútbol pinchado.
— Hola, Arthur —respondió Basil con voz cansina—. Has librado hoy, ¿eh? Qué bien viven algunos... Nosotros llevamos aquí toda la noche... Será mejor que salgáis de ahí: hay un grupo muy numeroso que llega a las cinco y quince del Bosque Negro. Esperad... voy a buscar dónde estáis... Weasley... Weasley...
Consultó la lista del pergamino.
— Está a unos cuatrocientos metros en aquella dirección. Es el primer prado al que llegáis. El que está a cargo del campamento se llama Roberts. Diggory... segundo prado... Pregunta por el señor Payne.
— Bagman nos consiguió muy buenos lugares si estamos en el primer prado- dijo entusiasmado el señor Weasley.
— Gracias, Basil —dijo el señor Weasley, y les hizo a los demás una seña para que lo siguieran.
Se encaminaron por el páramo desierto, incapaces de ver gran cosa a través de la niebla. Después de unos veinte minutos encontraron una casita de piedra junto a una verja. Al otro lado, Harry vislumbró las formas fantasmales de miles de tiendas dispuestas en la ladera de una colina, en medio de un vasto campo que se extendía hasta el horizonte, donde se divisaba el oscuro perfil de un bosque.
Harry se imaginó el lugar, parecía enorme. Nunca se había puesto a pensar en cuantos magos abría en el mundo. Era algo obvio que debía haber más fuera de Reino Unido, pero su experiencia en este mundo se había limitado a Hogwarts o lugares cómo el callejón Diagon, donde jamás se veían extranjeros.
Se despidieron de los Diggory y se encaminaron a la puerta de la casita. Había un hombre en la entrada, observando las tiendas. Nada más verlo, Harry reconoció que era un muggle, probablemente el único que había por allí. Al oír sus pasos se volvió para mirarlos.
Tonks se removió mientras miraba de vez en cuando por encima del hombro de Remus de forma discreta, quería aparecer ya aunque sea que la hayan mandado hacer trabajo de campo parada por ahí cuidando a alguna persona importante. En realidad odiaba ese trabajo, era aburrido y casi nunca había acción pero aún así quería aparecer como sea.
— ¡Buenos días! —saludó alegremente el señor Weasley.
— Buenos días —respondió el muggle.
— ¿Es usted el señor Roberts?
— Sí, lo soy. ¿Quiénes son ustedes?
— Los Weasley... Tenemos reservadas dos tiendas desde hace un par de días, según creo.
— Sí —dijo el señor Roberts, consultando una lista que tenía clavada a la puerta con tachuelas—. Tienen una parcela allí arriba, al lado del bosque. ¿Sólo una noche?
Los ojos del señor Weasley brillaron, una parcela al lado del bosque era más de lo que podrían pedir, anotó mentalmente agradecerle mucho más a Bagman cuando les entregara las entradas.
— Efectivamente —repuso el señor Weasley.
— Entonces ¿pagarán ahora? —preguntó el señor Roberts.
— ¡Ah! Sí, claro... por supuesto... —Se retiró un poco de la casita y le hizo una seña a Harry para que se acercara—. Ayúdame, Harry —le susurró, sacando del bolsillo un fajo de billetes muggles y empezando a separarlos—. Éste es de... de... ¿de diez libras? ¡Ah, sí, ya veo el número escrito...! Así que ¿éste es de cinco?
— De veinte —lo corrigió Harry en voz baja, incómodo porque se daba cuenta de que el señor Roberts estaba pendiente de cada palabra.
El Harry de la sala sabía que aunque incómodo seguro que también estaba orgulloso por serle útil al señor Weasley después de todo lo que su familia hacía por él.
— ¡Ah, ya, ya...! No sé... Estos papelitos...
— ¿Son ustedes extranjeros? —inquirió el señor Roberts en el momento en que el señor Weasley volvió con los billetes correctos.
— ¿Extranjeros? —repitió el señor Weasley, perplejo.
Los mayores se dieron cuenta lo que significaba: el muggle estaba comenzando a sospechar, seguro que antes de Arthur habían ido montones de magos que habían tenido problemas similares.
— No es el primero que tiene problemas con el dinero —explicó el señor Roberts examinando al señor Weasley—. Hace diez minutos llegaron dos que querían pagarme con unas monedas de oro tan grandes como tapacubos.
Dumbledore reía por lo bajo mientras la profesora McGonagall negaba con la cabeza. Siempre estaban los que cometían esos errores y ponían en juego todo lo que habían trabajado para mantener el secreto de la magia por años. Al director le causaba gracia más porque sabía que habría un desmemorizador trabajando por ahí y por lo tanto no era algo grave, aparte al igual que Harry y Hermione le resultaba gracioso los errores que a veces uno como mago cometía al tener total desconocimiento del mundo muggle.
— ¿De verdad? —exclamó nervioso el señor Weasley.
El señor Roberts rebuscó el cambio en una lata.
— El camping nunca había estado así de concurrido —dijo de repente, volviendo a observar el campo envuelto en niebla—. Ha habido cientos de reservas. La gente no suele reservar.
— ¿De verdad? —repitió tontamente el señor Weasley, tendiendo la mano para recibir el cambio.
Pero el señor Roberts no se lo daba.
— Bueno, no hay nada de lo que preocuparse, tendría que haber alguien del Ministerio cuidando lo que el muggle ve- les aclaró Tonks a los más chicos que ya se había comenzado aponer nerviosos ante la insistencia del hombre.
— Sí —dijo pensativamente el muggle—. Gente de todas partes. Montones de extranjeros. Y no sólo extranjeros. Bichos raros, ¿sabe? Hay un tipo por ahí que lleva falda escocesa y poncho.
— ¿Qué tiene de raro? —preguntó el señor Weasley, preocupado.
Harry pudo escuchar como Hermione luchaba contra su risa, seguro no quería hacer sentir mal al señor Weasley.
— Es una especie de... no sé... como una especie de concentración — explicó el señor Roberts—. Parece como si se conocieran todos, como si fuera una gran fiesta.
Bueno, es que es exactamente eso, pensó Bill. A veces no entendía como los magos subestimaban tanto a los muggles por el simple hecho de no tener magia, no son tontos. Él, como parte de su trabajo en Egipto deshaciendo maldiciones a veces tenía que tratar con muggles (ya que los duendes no lo hacían dejaban ese trabajo para los magos) y una gran parte de las veces tenía que recurrir a los hechizos desmemorizantes.
En ese momento, al lado de la puerta principal de la casita del señor Roberts, apareció de la nada un mago que llevaba pantalones bombachos.
— ¡Obliviate! —dijo bruscamente apuntando al señor Roberts con la varita.
El señor Roberts desenfocó los ojos al instante, relajó el ceño y un aire de despreocupada ensoñación le transformó el rostro. Harry reconoció los síntomas de los que sufrían una modificación de la memoria.
Sirius lo miró con extrañeza al igual que Remus que había parado la lectura levantando una ceja hacia él. Harry que por unos segundos no entendía por qué lo miraban recordó que ellos no sabían nada de lo sucedido con Lockhart.
— Ah, pasó en mi segundo año, después hablamos- dijo sacándole importancia con la mano.
Remus decidido a dejarlo pasar por el momento continuó leyendo.
— Aquí tiene un plano del campamento —dijo plácidamente el señor Roberts al padre de Ron—, y el cambio.
— Muchas gracias —repuso el señor Weasley.
El mago que llevaba los pantalones bombachos los acompañó hacia la verja de entrada al campamento. Parecía muy cansado. Tenía una barba azulada de varios días y profundas ojeras. Una vez que hubieron salido del alcance de los oídos del señor Roberts, le explicó al señor Weasley:
— Nos está dando muchos problemas. Necesita un encantamiento desmemorizante diez veces al día para tenerlo calmado. Y Ludo Bagman no es de mucha ayuda. Va de un lado para otro hablando de bludgers y quaffles en voz bien alta. La seguridad antimuggles le importa un pimiento. La verdad es que me alegraré cuando todo haya terminado. Hasta luego, Arthur.
El señor Weasley y Tonks sacudieron la cabeza, Bagman no era un mal tipo pero no se tomaba en serio lo que significaba trabajar para el Ministerio.
Y, sin más, se desapareció.
— Creía que el señor Bagman era el director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos —dijo Ginny sorprendida—. No debería ir hablando de las bludgers cuando hay muggles cerca, ¿no os parece?
— Sí, es verdad —admitió el señor Weasley mientras los conducía hacia el interior del campamento—. Pero Ludo siempre ha sido un poco... bueno... laxo en lo referente a seguridad. Sin embargo, sería imposible encontrar a un director del Departamento de Deportes con más entusiasmo. Él mismo jugó en la selección de Inglaterra de quidditch, ¿sabéis? Y fue el mejor golpeador que han tenido nunca las Avispas de Wimbourne.
Snape frunció el seño recordando como su posición lo salvó de mucho durante los juicios contra los mortífagos, está bien que en sí Bagman no haya querido pasarles información pero aún así lo había hecho, era demasiado voluble para su propio bienestar.
Dumbledore por su parte tenía los pensamientos encaminados por el mismo sitio, a veces los que más daño hacen son los que actúan desde su inocencia y desinformación. Por eso, aunque había cierta información que no quería compartir con los menores creía en el fondo que era lo mejor leer los libros, así también él podía dejar de evitar tocar el tema de la profecía del que venía huyendo desde que conoció a Harry.
Caminaron con dificultad ascendiendo por la ladera cubierta de neblina, entre largas filas de tiendas. La mayoría parecían casi normales. Era evidente que sus dueños habían intentado darles un aspecto lo más muggle posible, aunque habían cometido errores al añadir chimeneas, timbres para llamar a la puerta o veletas. Pero, de vez en cuando, se veían tiendas tan obviamente mágicas que a Harry no le sorprendía que el señor Roberts recelara. En medio del prado se levantaba una extravagante tienda en seda a rayas que parecía un palacio en miniatura, con varios pavos reales atados a la entrada.
Snape salió de sus pensamientos sobre Bagman para elevar una leve sonrisa, la manía de Lucius con sus pavos reales. Era obvio que a no le iba a importar lo que dijera o pensara un muggle al respecto.
Un poco más allá pasaron junto a una tienda que tenía tres pisos y varias torretas. Y, casi a continuación, había otra con jardín adosado, un jardín con pila para los pájaros, reloj de sol y una fuente.
— Siempre es igual —comentó el señor Weasley, sonriendo—. No podemos resistirnos a la ostentación cada vez que nos juntamos. Ah, ya estamos. Mirad, éste es nuestro sitio.
Habían llegado al borde mismo del bosque, en el límite del prado, donde había un espacio vacío con un pequeño letrero clavado en la tierra que decía «Weezly».
— Aunque sea le pegaron a la primera y a la última letra- aportó Fred riendo.
— ¡No podíamos tener mejor sitio! —exclamó muy contento el señor Weasley—. El estadio está justo al otro lado de ese bosque. Más cerca no podíamos estar. —Se desprendió la mochila de los hombros—. Bien —continuó con entusiasmo—, siendo tantos en tierra de muggles, la magia está absolutamente prohibida. ¡Vamos a montar estas tiendas manualmente! No debe de ser demasiado difícil: los muggles lo hacen así siempre... Bueno, Harry, ¿por dónde crees que deberíamos empezar?
Harry no había acampado en su vida: los Dursley no lo habían llevado nunca con ellos de vacaciones, preferían dejarlo con la señora Figg, una vecina anciana.
— ¿Nunca?- le preguntó Sirius, la verdad es que no sabía mucho de la vida de su ahijado en la casa de sus tíos. En el verano las cartas que habían intercambiado hablaban de cómo su primo estaba haciendo dieta y lo tonto que era pero nada más.
Harry miró a su padrino negó con la cabeza y bajó la mirada, no podía decirle que solo había salido una vez y había sido al zoológico (y porque a sus tíos no le había quedado otra), no quería que se empiece a culpar por no haber estado.
Sin embargo, entre él y Hermione fueron averiguando la colocación de la mayoría de los hierros y de las piquetas, y, aunque el señor Weasley era más un estorbo que una ayuda, porque la emoción lo sobrepasaba cuando trataba de utilizar la maza, lograron finalmente levantar un par de tiendas raídas de dos plazas cada una.
Arthur les envió una mirada de disculpa, a veces (casi siempre) se emocionaba demasiado con los inventos muggles.
Se alejaron un poco para contemplar el producto de su trabajo. Nadie que viera las tiendas adivinaría que pertenecían a unos magos, pensó Harry, pero el problema era que cuando llegaran Bill, Charlie y Percy serían diez. También Hermione parecía haberse dado cuenta del problema: le dirigió a Harry una risita cuando el señor Weasley se puso a cuatro patas y entró en la primera de las tiendas.
Los hermanos Weasley los miraron sonriendo socarronamente como si supieran algo que ellos no. Por su parte, Harry y Hermione se encontraban con un color cercano al pelo de Ron ya habían comprendido que seguramente tenía algo de magia la tienda.
— Estaremos un poco apretados —dijo—, pero cabremos. Entrad a echar un vistazo.
Harry se inclinó, se metió por la abertura de la tienda y se quedó con la boca abierta. Acababa de entrar en lo que parecía un anticuado apartamento de tres habitaciones, con baño y cocina. Curiosamente, estaba amueblado de forma muy parecida al de la señora Figg: las sillas, que eran todas diferentes, tenían cojines de ganchillo, y olía a gato.
— Bueno, es para poco tiempo —explicó el señor Weasley, pasándose un pañuelo por la calva y observando las cuatro literas del dormitorio—. Me las ha prestado Perkins, un compañero de la oficina. Ya no hace camping porque tiene lumbago, el pobre.
Ah, de ahí la saque, pensó el señor Weasley, ahora sabía a quién se la tenía que pedir prestada.
Cogió la tetera polvorienta y la observó por dentro.
— Necesitaremos agua...
— En el plano que nos ha dado el muggle hay señalada una fuente —dijo Ron, que había entrado en la tienda detrás de Harry y no parecía nada asombrado por sus dimensiones internas—. Está al otro lado del prado.
— Bien, ¿por qué no vais por agua Harry, Hermione y tú? —El señor Weasley les entregó la tetera y un par de cazuelas—. Mientras, los demás buscaremos leña para hacer fuego.
Molly sacudió la cabeza, si algo sabía de Ron y Harry por el verano que habían pasado juntos era que iban a terminar distrayéndose con cualquier cosa, no iban a volver rápido.
— Pero tenemos un horno —repuso Ron—. ¿Por qué no podemos simplemente...?
— ¡La seguridad antimuggles, Ron! —le recordó el señor Weasley, impaciente ante la perspectiva que tenían por delante—. Cuando los muggles de verdad acampan, hacen fuego fuera de la tienda. ¡Lo he visto!
— ¿Estás seguro que es por los muggles papá?-preguntó George.
— Creo que es más porque TÚ, quieres hacerlo- le siguió Fred.
El señor Weasley sólo hizo la cabeza para un costado mientras su esposa se reía de él.
Después de una breve visita a la tienda de las chicas, que era un poco más pequeña que la de los chicos pero sin olor a gato, Harry, Ron y Hermione cruzaron el campamento con la tetera y las cazuelas. Con el sol que acababa de salir y la niebla que se levantaba, pudieron ver el mar de tiendas de campaña que se extendía en todas direcciones. Caminaban entre las filas de tiendas mirando con curiosidad a su alrededor. Hasta entonces Harry no se había preguntado nunca cuántas brujas y magos habría en el mundo; nunca había pensado en los magos de otros países.
Nunca se iba a acostumbrar a esto de que era su yo futuro y que por lo tanto pensaban igual. Harry trató de no seguir por ese rumbo porque le iba a terminar doliendo la cabeza trató por el contrario de meterse en lo que decía la voz del profesor Lupin.
Los campistas empezaban a despertar, y las más madrugadoras eran las familias con niños pequeños. Era la primera vez que Harry veía magos y brujas de tan corta edad. Un pequeñín, que no tendría dos años, estaba a gatas y muy contento a la puerta de una tienda con forma de pirámide, dándole con una varita a una babosa, que poco a poco iba adquiriendo el tamaño de una salchicha. Cuando llegaban a su altura, la madre salió de la tienda.
La señora Weasley puso un claro gesto de disgusto, no entendía como las madres no estaban atrás de sus hijos. Ella que había tenido que cuidar a por lo menos cuatro de sus hijos juntos siendo chiquitos y siempre les estaba encima, las únicas veces que habían realizado travesuras era porque realizaban magia accidental. Aparte una cosa era cuidarlos en su casa y otra diferente era cuidarlos al frente de muggles, una tenía que ser diez veces más cuidadosa.
— ¿Cuántas veces te lo tengo que decir, Kevin? No... toques... la varita... de papá... ¡Ay!
Acababa de pisar la babosa gigante, que reventó. El aire les llevó la reprimenda de la madre mezclada con los lloros del niño:
— ¡Mamá mala!, ¡«rompido» la babosa!
Se escucho un leve "Awww" de parte de Ginny y cuando voltearon a verla con la ceja alzada ella solo atinó a encogerse de hombros y mascullar un <Es que sonaba muy tierno>.
Un poco más allá vieron dos brujitas, apenas algo mayores que Kevin. Montaban en escobas de juguete que se elevaban lo suficiente para que las niñas pasaran rozando el húmedo césped con los dedos de los pies.
— Como la que yo le regale a Harry por su cumpleaños- dijo Sirius emocionado recordando tiempos felices.
Harry miró automáticamente a su padrino, no sabía nada de eso. Remus al ver su cara se dio cuenta y codeo a Sirius señalándole con la mirada a su ahijado.
— Si quieres después te muestro, creo que tengo una foto por algún lado- añadió ahora, pensando en donde podría estar esa vieja carta- está junto a una carta de Lily.
Mirando a Sirius Harry asintió de forma rápida, ahora más que la foto quería ver la carta de su madre, ver cómo escribía, si tenían letra parecida o si hablaba acerca de él o de su padre. Saber más de ella.
Un mago del Ministerio que parecía tener mucha prisa los adelantó, y lo oyeron murmurar ensimismado:
— ¡A plena luz del día! ¡Y los padres estarán durmiendo tan tranquilos! Como si lo viera...
Por todas partes, magos y brujas salían de las tiendas y comenzaban a preparar el desayuno. Algunos, dirigiendo miradas furtivas en torno de ellos, prendían fuego con sus varitas. Otros frotaban las cerillas en las cajas con miradas escépticas, como si estuvieran convencidos de que aquello no podía funcionar. Tres magos africanos enfundados en túnicas blancas conversaban animadamente mientras asaban algo que parecía un conejo sobre una lumbre de color morado brillante,
— Deben ser los de Uagadou- Remus se puso en modo profesor- es la escuela más grande de África, aunque también hay otras menos importantes y mas chicas.
Harry que hasta ese momento no se había imaginado la existencia de otras escuelas se sorprendió. Aunque después de pensarlo se dio cuenta lo tonto que sonaba.
en tanto que un grupo de brujas norteamericanas de mediana edad cotilleaba alegremente, sentadas bajo una destellante pancarta que habían desplegado entre sus tiendas, que decía: «Instituto de las brujas de Salem.» Desde el interior de las tiendas por las que iban pasando les llegaban retazos de conversaciones en lenguas extranjeras, y, aunque Harry no podía comprender ni una palabra, el tono de todas las voces era de entusiasmo
— ¿De dónde es esa escuela?¿De Norteamérica?- preguntó Hermione entusiasmada aprovechando la presencia de los profesores ya que en los libros aparte de que nunca decían de donde eran tampoco había escuchado el nombre de la institución.
— No es una escuela de Magia, es mas como una asociación de brujas mayores- aclaró Dumbledore- no tiene un lugar fijo establecido, o eso creo, es solo para mujeres. La escuela de Norteamérica se llama Ilvermorny.
— Eh... ¿son mis ojos, o es que se ha vuelto todo verde? —preguntó Ron.
No eran los ojos de Ron. Habían llegado a un área en la que las tiendas estaban completamente cubiertas de una espesa capa de tréboles, y daba la impresión de que unos extraños montículos habían brotado de la tierra. Dentro de las tiendas que tenían las portezuelas abiertas se veían caras sonrientes. De pronto oyeron sus nombres a su espalda:
— ¡Harry!, ¡Ron!, ¡Hermione!
Era Seamus Finnigan, su compañero de cuarto curso de la casa Gryffindor. Estaba sentado delante de su propia tienda cubierta de trébol, junto a una mujer de pelo rubio cobrizo que debía de ser su madre, y su mejor amigo, Dean Thomas, también de Gryffindor.
Harry y Ron se miraron sonriendo, Seamus y Dean eran muy buenos compañeros, todas las noches se divertían antes de ir a dormir junto con Neville jugando snap explosivos o apuestas con las grageas de todos los sabores.
— ¿Os gusta la decoración? —preguntó Seamus, sonriendo, cuando los tres se acercaron a saludarlos—. Al Ministerio no le ha hecho ninguna gracia.
Tonks se río bajito, seguro les estaban haciendo pasar un mal rato a los encargados de que los muggles no se dieran cuenta de nada.
— El trébol es el símbolo de Irlanda. ¿Por qué no vamos a poder mostrar nuestras simpatías? —dijo la señora Finnigan—. Tendríais que ver lo que han colgado los búlgaros en sus tiendas. Supongo que estaréis del lado de Irlanda —añadió, mirando a Harry, Ron y Hermione con sus brillantes ojillos.
Molly chasqueó la lengua, ella conocía a la señora Finnigan y digamos que no le caía nada bien. Era la clase de mujeres que critica a todo el mundo sin fijarse en si mismo antes. Aparte solía inventar cotilleos para generar peleas entre otras personas. Por eso mismo siempre que podía la evitaba.
Se fueron después de asegurarle que estaban a favor de Irlanda, aunque, como dijo Ron:
— Cualquiera dice otra cosa rodeado de todos ésos.
— Me pregunto qué habrán colgado en sus tiendas los búlgaros —dijo Hermione.
— Vamos a echar un vistazo —propuso Harry, señalando una gran área de tiendas que había en lo alto de la ladera, donde la brisa hacía ondear una bandera de Bulgaria, roja, verde y blanca.
Sirius recordaba a su vez el mundial al que había ido junto con Remus, James y los padres de este cuando cursaba el cuarto año en Hogwarts al igual que Harry, (a Peter su madre no lo había dejado, y eso había sido lo mejor, no quería empañar mas recuerdos agradables por su presencia) en ese entonces se habían enfrentado Siria contra Madagascar, ganando el primero. Su risa llenó la sala y todos quedaron en silencio observándolo y tratando de entender porque la risa de la nada. Remus que había parado la lectura golpeó el costado de su amigo para llamar su atención y entre una sonrisa que iba ganando terreno al verlo tan feliz preguntarle que le sucedía.
— Oh por Merlín Remus, ¿No te acuerdas?- apenas se le entendía al hablar ya que la risa no cesaba- Sirius ganó Siria, Sirius ¡Siria!
De repente Remus reía también repitiendo <Lo había olvidado>. Tonks sujetó el libro de sus manos ya que veía que se le estaba escurriendo y al igual que todos, los miraba con extrañeza. Aunque a la vez era lindo verlos divertirse así. Habían tenido tan poco en todos estos años para sentirse felices.
Cuando pudieron reponerse, Remus que podía mantenerse más serio que su amigo (que si se seguía riendo así iba a necesitar un tanque de oxígeno) trató de explicarles a las demás personas de lo que se reían, todo para no quedar como un completo desequilibrado.
— En cuarto año fuimos con James a los mundiales y jugaba Siria- Madagascar, con Sirius apoyábamos a Madagascar y James había apostado todo lo que tenía a Siria. Así que cuando Siria ganó estuvo días haciendo juegos de palabras con Siria y Sirius. Hasta había inventado canciones- Remus sacudió la cabeza mientras se concentraba en los recuerdos, podía recordar la cara de felicidad que tenía James en ese momento.
Harry veía como luego de la historia Remus y Sirius miraban el piso como perdido en sus recuerdos. Le había hecho ilusión escuchar algo sobre su padre y la relación que tenía con sus amigos, era cómo si pudiese imaginarse el momento en que Siria ganó y James se puso a saltar y a molestar a sus dos amigos. Como si así, mediante recuerdos y anécdotas ajenas pudiese crearse una imagen y que ya no sean sólo imaginaciones suyas.
Remus levantó la cabeza y le dirigió una sonrisa torcida a Harry (que ya no le llegaba hasta los ojos) y tomó el libro de parte de Tonks.
En aquella parte las tiendas no estaban engalanadas con flora, pero en todas colgaba el mismo póster, que mostraba un rostro muy hosco de pobladas cejas negras. La fotografía, por supuesto, se movía, pero lo único que hacía era parpadear y fruncir el entrecejo.
— Krum- gritó Ron emocionado olvidándose de lo que recién había sucedido.
Harry lo miró interrogante a la vez que trataba de involucrare de nuevo en la lectura, pero fueron los gemelos los que contestaron.
— El novio de Ron.
— No deja de hablar de él, si pudiese le pediría matrimonio.
— Pero bueno, él nunca sabrá ni que existe.
Ron dirigiendo una dura mirada hacía sus hermanos volteó hacía Remus esperando escuchar más del jugador.
— Es Krum —explicó Ron en voz baja.
— ¿Quién? —preguntó Hermione.
— ¡Krum! —repitió Ron—. ¡Viktor Krum, el buscador del equipo de Bulgaria!
— Parece que tiene malas pulgas —comentó Hermione, observando la multitud de Krums que parpadeaban, ceñudos.
Ron la fulminó con la mirada.
— ¿Malas pulgas? —Ron levantó los ojos al cielo—. ¿Qué más da eso? Es increíble. Y es muy joven, además. Sólo tiene dieciocho años o algo así. Es genial. Esperad a esta noche y lo veréis.
Ya había cola para coger agua de la fuente, así que se pusieron al final, inmediatamente detrás de dos hombres que estaban enzarzados en una acalorada discusión. Uno de ellos, un mago muy anciano, llevaba un camisón largo estampado.
Harry y Hermione se miraron y corrieron la mirada rápido, no querían comenzar a reír y parar la lectura de nuevo.
El otro era evidentemente un mago del Ministerio: tenía en la mano unos pantalones de mil rayas y parecía a punto de llorar de exasperación.
— Tan sólo tienes que ponerte esto, Archie, sé bueno. No puedes caminar por ahí de esa forma: el muggle de la entrada está ya receloso.
— Me compré esto en una tienda muggle —replicó el mago anciano con testarudez—. Los muggles lo llevan.
— Lo llevan las mujeres muggles, Archie, no los hombres. Los hombres llevan esto —dijo el mago del Ministerio, agitando los pantalones de rayas.
Para este entonces un ruido ahogado se escuchó en la sala. Los dos amigos se sostenían con la mano la boca para no soltar una carcajada. Al ver que Remus se había detenido, con la mano libre le hicieron un gesto para que siga leyendo mientras ellos trataban de no mirarse ni hacer ruido para no provocar al otro.
— No me los pienso poner —declaró indignado el viejo Archie—. Me gusta que me dé el aire en mis partes privadas, lo siento.
A Hermione le dio tal ataque de risa en aquel momento que tuvo que salirse de la cola, y no volvió hasta que Archie se fue con el agua. Volvieron por el campamento, caminando más despacio por el peso del agua. Por todas partes veían rostros familiares: estudiantes de Hogwarts con sus familias. Oliver Wood, el antiguo capitán del equipo de quidditch al que pertenecía Harry, que acababa de terminar en Hogwarts, lo arrastró hasta la tienda de sus padres para que lo conocieran, y le dijo emocionado que acababa de firmar para formar parte de la reserva del Puddlemere United.
¡Que suerte!, pensó Ron, sería genial poder seguir una carrera así después, aunque las posibilidades de entrar en un buen equipo debían ser bajas.
Cerca de allí se encontraron con Ernie Macmillan, un estudiante de cuarto de la casa Hufflepuff, y luego vieron a Cho Chang,
Oh esto iba a ser vergonzoso, obviamente no había pensado en lo que significaba que todos escuchen tus pensamientos, pensó desde su inocencia que la historia sólo se iba a centrar en la acción no en sus sentimientos.
una chica muy guapa que jugaba de buscadora en el equipo de Ravenclaw. Cho Chang le hizo un gesto con la mano y le sonrió. Al devolverle el saludo, Harry se volcó encima un montón de agua. 
Harry se tornó rojo al instante mientras todos reían. La única que se había mantenido solemne era Ginny (ya que hasta Snape tenía cara burlona) que una fea sensación en el estómago no la dejaba ni disimular, captó por el rabillo del ojo que Hermione la miraba y trató de sonreírle, no pudo. Es que una cosa era saber que Harry no la veía como nada más que la hermanita de Ron, y otra diferente era escuchar con palabras textuales los sentimientos de Harry hacia otra chica, o cuando tenga novia.
Para que Ron dejara de reírse, Harry señaló a un grupo de adolescentes a los que no había visto nunca.
— ¿Quiénes serán? —preguntó—. No van a Hogwarts, ¿verdad?
— Supongo que estudian en el extranjero —respondió Ron—. Sé que hay otros colegios, pero no conozco a nadie que vaya a ninguno de ellos. Bill se escribía con un chico de Brasil... hace una pila de años...
— Castelobruxo- Hermione había especificado de manera automática ganándose una mirada orgullosa de su jefe de casa.
Quería hacer intercambio con él, pero mis padres no tenían bastante dinero. El chico se molestó mucho cuando se enteró de que Bill no iba a ir, y le envió un sombrero encantado que hizo que se le cayeran las orejas para abajo como si fueran hojas mustias.
Los gemelos se miraron: sombreros encantados, sólo giró por sus mentes y comenzaron de nuevo a escribir en su libreta que habían abandonado desde el principio del capítulo. Es que era una idea genial.
Harry se rió, y no confesó que le sorprendía enterarse de que existían otros colegios de magia. Al ver a representantes de tantas nacionalidades en el camping, pensó que había sido un tonto al creer que Hogwarts sería el único. Observó que Hermione no parecía nada sorprendida por la información. Sin duda, ella había tenido noticia de otros colegios de magia al leer algún libro.
Hermione asintió corroborando las palabras de Harry, había leído varios libros relacionados para imaginarse cómo funcionaba el mundo al que pertenecía.
— Habéis tardado siglos —dijo George, cuando llegaron por fin a las tiendas de los Weasley.
— Nos hemos encontrado a unos cuantos conocidos —explicó Ron, dejando la cazuela—. ¿Aún no habéis encendido el fuego?
— Papá lo está pasando bomba con los fósforos —contestó Fred.
El señor Weasley no lograba encender el fuego, aunque no porque no lo intentara. A su alrededor, el suelo estaba lleno de fósforos consumidos, pero parecía estar disfrutando como nunca.
— Arthur...
— Lo se Molly lo sé, pero es que es genial ver todas las cosas que inventan los muggles para suplantar la magia, más cuando utilizan esas reacciones clínicas (Químicas, le corrigió Hermione), es como pociones.
La señora Weasley que no quería que su marido arranque la charla de "porque los muggles son más ingeniosos que los magos" decidió no contestarle y rogar porque Remus comience a leer antes.
— ¡Vaya! —exclamaba cada vez que lograba encender un fósforo, e inmediatamente lo dejaba caer de la sorpresa.
— Déjeme, señor Weasley —dijo Hermione amablemente, cogiendo la caja para mostrarle cómo se hacía.
Al final encendieron fuego, aunque pasó al menos otra hora hasta que se pudo cocinar en él. Sin embargo, había mucho que ver mientras esperaban. Habían montado las tiendas delante de una especie de calle que llevaba al estadio, y el personal del Ministerio iba por ella de un lado a otro apresuradamente, y al pasar saludaban con cordialidad al señor Weasley. Éste no dejaba de explicar quiénes eran, sobre todo a Harry y a Hermione, porque sus propios hijos sabían ya demasiado del Ministerio para mostrarse interesados.
En realidad, a los jóvenes hermanos Weasley les encantaba escuchar anécdotas de su padre (porque aunque se quejaran le gustaba esa pasión que tenía hacia su trabajo) era una forma de acercarse más a él como familia. Pero igual, agradecían el descanso que les presentaba tener a Hermione y Harry para que escuchen sobre los otros trabajadores de Ministerio, eso sí era aburrido.
— Ése es Cuthbert Mockridge, jefe del Instituto de Coordinación de los Duendes... Por ahí va Gilbert Wimple, que está en el Comité de Encantamientos Experimentales. Ya hace tiempo que lleva esos cuernos... Hola, Arnie... Arnold Peasegood es desmemorizador, ya sabéis, un miembro del Equipo de Reversión de Accidentes Mágicos... Y aquéllos son Bode y Croaker... son inefables...
— ¿Qué son?
— Inefables: del Departamentos de Misterios, secreto absoluto. No tengo ni idea de lo que hacen...
Dumbledore sabía alguno de los trabajos del Departamento, pero era información secreta que sólo unos pocos aparte de los trabajadores de ahí podía llegar a enterarse. Había cosas que ni el propio Ministro sabía de ese lugar.
Al final consiguieron una buena fogata, y acababan de ponerse a freír huevos y salchichas cuando llegaron Bill, Charlie y Percy, procedentes del bosque.
— Ahora mismo acabamos de aparecernos, papá —anunció Percy en voz muy alta—. ¡Qué bien, el almuerzo!
Ron frunció el seño, siempre se los tenía que refregar en la cara, llevaba todas las vacaciones así, era insoportable.
Estaban dando cuenta de los huevos y las salchichas cuando el señor Weasley se puso en pie de un salto, sonriendo y haciendo gestos con la mano a un hombre que se les acercaba a zancadas.
— ¡Ajá! —dijo—. ¡El hombre del día! ¡Ludo!
Ludo Bagman era con diferencia la persona menos discreta que Harry había visto hasta aquel momento, incluyendo al anciano Archie con su camisón. Llevaba una túnica larga de quidditch con gruesas franjas horizontales negras y amarillas, con la imagen de una enorme avispa estampada sobre el pecho. Su aspecto era el de un hombre de complexión muy robusta en decadencia, y la túnica se le tensaba en torno de una voluminosa barriga que seguramente no había tenido en los tiempos en que jugaba en la selección inglesa de quidditch. Tenía la nariz aplastada (probablemente se la había roto una bludger perdida, pensó Harry); pero los ojos, redondos y azules, y el pelo, corto y rubio, lo hacían parecer un niño muy crecido.
— Debo decir que la descripción es extremadamente acertada- comentó Dumbledore sonriendo a Harry mientras el señor Weasley apoyaba sus palabras asintiendo con una sonrisa.
— ¡Ah, de la casa! —les gritó Bagman, contento. Caminaba como si tuviera muelles en los talones, y resultaba evidente que estaba muy emocionado—. ¡El viejo Arthur! —dijo resoplando al llegar junto a la fogata—. Vaya día, ¿eh? ¡Vaya día! ¿A que no podíamos pedir un tiempo más perfecto? Vamos a tener una noche sin nubes... y todos los preparativos han salido sin el menor tropiezo... ¡Casi no tengo nada que hacer!
Bill no pudo evitar molestarse, era irritante cuando te tocaban compañeros como él, se llevan toda la gloria de un trabajo bien hecho pero ellos en sí no hacen nada.
Detrás de él pasó a toda prisa un grupo de magos del Ministerio muy ojerosos, señalando los indicios distantes pero evidentes de algún tipo de fuego mágico que arrojaba al aire chispas de color violeta, hasta una altura de seis o siete metros. Percy se adelantó apresuradamente con la mano tendida. Aunque desaprobaba la manera en que Ludo Bagman dirigía su departamento, quería causar una buena impresión.
Los gemelos que para ese momento habían terminado de copiar rodaron los ojos, su hermano era un lame botas, si cualquiera del Ministerio le prometía un asenso por tirarse de un puente Percy estaría preguntando de qué tan alto tendría que caer.
— ¡Ah... sí! —dijo sonriendo el señor Weasley—. Éste es mi hijo Percy, que acaba de empezar a trabajar en el Ministerio... y éste es Fred... digo George, perdona... Fred es este de aquí... Bill, Charlie, Ron... mi hija Ginny... y los amigos de Ron: Hermione Granger y Harry Potter.
Bagman apenas reaccionó al oír el nombre de Harry, pero sus ojos se dirigieron como era habitual hacia la cicatriz que Harry tenía en la frente.
Snape puso una sonrisa socarrona, claro que sí, el gran Harry Potter esperaba que todos se arrodillen y chillen al conocerlo.
— Éste es Ludo Bagman —continuó presentando el señor Weasley—. Ya lo conocéis: gracias a él hemos conseguido unas entradas tan buenas.
Bagman sonrió e hizo un gesto con la mano como diciendo que no tenía importancia.
— ¿No te gustaría hacer una pequeña apuesta, Arthur? —dijo con entusiasmo, haciendo sonar en los bolsillos de su túnica negra y amarilla lo que parecía una gran cantidad de monedas de oro—. Roddy Pontner ya ha apostado a que Bulgaria marcará primero, y yo me he jugado una buena cantidad, porque los tres delanteros de Irlanda son los más fuertes que he visto en años... Y Agatha Timms se ha jugado la mitad de las acciones de su piscifactoría de anguilas a que el partido durará una semana.
— Eh... bueno, bien —respondió el señor Weasley—. Veamos... ¿un galeón a que gana Irlanda?
La señora Weasley se mostró conforme, una apuesta así, con ese dinero y en unas circunstancias como el mundial estaba bien.
— ¿Un galeón? —Ludo Bagman parecía algo decepcionado, pero disimuló—. Bien, bien... ¿alguna otra apuesta?
— Son demasiado jóvenes para apostar —dijo el señor Weasley—. A Molly no le gustaría...
— Apostaremos treinta y siete galeones, quince sickles y tres knuts a que gana Irlanda —declaró Fred, al tiempo que él y George sacaban todo su dinero en común—, pero a que Viktor Krum coge la snitch. ¡Ah!, y añadiremos una varita de pega.
Ahora sí que estaba enfadada y más si la apuesta se llevaba a buen puerto, era mucha cantidad de dinero, seguro que eran todos sus ahorros y aparte los gemelos habían podido pasar uno de sus inventos después de todo lo que les había quitado.
Por otro lado todos estaban sorprendidos por la apuesta en sí, era muy poco probable acertarle a ese resultado.
— ¡No le iréis a enseñar al señor Bagman semejante porquería! —dijo Percy entre dientes.
Pero Bagman no pensó que fuera ninguna porquería. Por el contrario, su rostro infantil se iluminó al recibirla de manos de Fred, y, cuando la varita dio un chillido y se convirtió en un pollo de goma, Bagman prorrumpió en sonoras carcajadas.
— ¡Estupendo! ¡Hacía años que no veía ninguna tan buena! ¡Os daré por ella cinco galeones!
Los gemelos estuvieron a punto de hacerle notar a su madre como sus inventos si podían hacerlos ricos cuando notaron su mirada y prefirieron guardar silencio.
Percy hizo un gesto de pasmo y desaprobación.
— Muchachos —dijo el señor Weasley—, no quiero que apostéis... Eso son todos vuestros ahorros. Vuestra madre...
— ¡No seas aguafiestas, Arthur! —bramó Ludo Bagman, haciendo tintinear con entusiasmo las monedas de los bolsillos—. ¡Ya tienen edad de saber lo que quieren! ¿Pensáis que ganará Irlanda pero que Krum cogerá la snitch? No tenéis muchas posibilidades de acertar, muchachos. Os ofreceré una proporción muy alta. Así que añadiremos cinco galeones por la varita de pega y...
El señor Weasley se dio por vencido cuando Ludo Bagman sacó una libreta y una pluma del bolsillo y empezó a anotar los nombres de los gemelos.
Ahora sí que verían lo que les esperaba, si era necesario les confiscaría el dinero hasta que piensen en algo mejor en lo que invertirlo, decidida a no decir nada por el momento dejo que Remus siga leyendo pero dejando claro con su cuerpo y su ojos lo enojada que se sentía. Cosa que no pasó desapercibida por ninguno de los otros Weasley.
— ¡Gracias! —dijo George, tomando el recibo de pergamino que Bagman le entregó y metiéndoselo en el bolsillo delantero de la túnica.
Bagman se volvió al señor Weasley muy contento.
— ¿Podría tomar un té con vosotros? Estoy buscando a Barty Crouch. Mi homólogo búlgaro está dando problemas, y no entiendo una palabra de lo que dice. Barty sí podrá: habla ciento cincuenta lenguas.
— ¿El señor Crouch? —dijo Percy, abandonando de pronto su tieso gesto de reprobación y estremeciéndose palpablemente de entusiasmo—. ¡Habla más de doscientas! Habla sirenio, duendigonza, troll...
— ¿Eso es un idioma?- preguntó Harry desconcertado imaginándose a alguien tratando de establecer una conversación con un Troll.
— El que conociste en primer año era un Troll de montaña, son los más malvados por decirlo de alguna forma y no quieren establecer comunicación con los humanos, - explicó la profesora McGonagall- los más pacíficos se comunican por un lenguaje primitivo, parecido a gruñidos, cómo los que utilizamos de guardianes para el año pasado.
Harry ahora recordaba cómo a veces los troll que cuidaban la puerta de la sala común cuando Sirius atacó a la señora gorda solían "hablar" entre ellos.
— Todo el mundo es capaz de hablar troll —lo interrumpió Fred con desdén—. No hay más que señalar y gruñir.
— Mi explicación es mejor- le susurró a su hermano lo suficientemente fuerte para que todos lo escucharan y se rieran.
Percy le echó a Fred una mirada muy severa y avivó el fuego para volver a calentar la tetera.
— ¿Sigue sin haber noticias de Bertha Jorkins, Ludo? —preguntó el señor Weasley, mientras Bagman se sentaba sobre la hierba, entre ellos.
— No ha dado señales de vida —repuso Bagman con toda calma—. Ya volverá. La pobre Bertha... tiene la memoria como un caldero lleno de agujeros y carece por completo de sentido de la orientación. Pongo las manos en el fuego a que se ha perdido. Seguro que regresa a la oficina cualquier día de octubre pensando que todavía es julio.
Ahora todos se sentían mal, (mas los que trabajaban en el Ministerio) al saber el porqué había desaparecido.
— ¿No crees que habría que enviar ya a alguien a buscarla? —sugirió el señor Weasley al tiempo que Percy le entregaba a Bagman la taza de té.
— Es lo mismo que dice Barty Crouch —contestó Bagman, abriendo inocentemente los redondos ojos—. Pero en este momento no podemos prescindir de nadie. ¡Vaya! ¡Hablando del rey de Roma! ¡Barty!
Tonks se enojo ante este comentario, ella como auror nuevo la mandaban a hacer trabajos simples, podrían haberla mandado a buscar a Bertha, los aurores estaban para eso, no para cuidar a cualquier señor con un par de galeones de más en su bóveda.
Junto a ellos acababa de aparecerse un mago que no podía resultar más diferente de Ludo Bagman, el cual se había despatarrado sobre la hierba con su vieja túnica de las Avispas. Barty Crouch era un hombre mayor de pose estirada y rígida que iba vestido con corbata y un traje impecablemente planchado. Llevaba la raya del pelo tan recta que no resultaba natural, y parecía como si se recortara el bigote de cepillo utilizando una regla de cálculo. Le relucían los zapatos. Harry comprendió enseguida por qué Percy lo idolatraba: Percy creía ciegamente en la importancia de acatar las normas con total rigidez, y el señor Crouch había observado de un modo tan escrupuloso la norma de vestir como muggles que habría podido pasar por el director de un banco. Harry pensó que ni siquiera tío Vernon se habría dado cuenta de lo que era en realidad.
Orgullo era lo que sentía Dumbledore al escuchar los pensamientos de Harry, era impresionante cómo reconocía los rasgos más marcados de las personalidades de las personas con sólo un vistazo. Claro que Barty iba a comportarse así, no quería que nadie diga que él no respeta cada una de las leyes del Ministerio al pie de la letra, más después de los sucedido con su hijo.
— Siéntate un rato en el césped, Barty —lo invitó Ludo con su alegría habitual, dando una palmada en el césped, a su lado.
— No, gracias, Ludo —dijo el señor Crouch, con una nota de impaciencia en la voz—. Te he buscado por todas partes. Los búlgaros insisten en que tenemos que ponerles otros doce asientos en la tribuna...
Bueno, aunque sea hay alguien que si hace algo, pensó Bill. Él no conocía personalmente a Crouch pero era respetable la gente que se esforzaba en su trabajo.
— ¿Conque era eso lo que querían? —se sorprendió Bagman—. Pensaba que ese tío me estaba pidiendo doscientas aceitunas. ¡Qué acento tan endiablado!
— Señor Crouch —dijo Percy sin aliento, inclinado en una especie de reverencia que lo hacía parecer jorobado—, ¿querría tomar una taza de té?
— ¡Ah! —contestó el señor Crouch, mirando a Percy con cierta sorpresa—. Sí... gracias, Weatherby.
Los más chicos comenzaron a reír junto a Sirius. Lo gemelos repetían <Weatherby, Weatherby> mientras se palmeaban las piernas. Esto era genial, cuando vieran a Percy iban a gastarlo de por vida.
A Fred y a George se les atragantó el té de la risa. Percy, rojo como un tomate, se encargó de servirlo.
— Ah, también tengo que hablar contigo, Arthur —dijo el señor Crouch, fijando en el padre de Ron sus ojos de lince—. Alí Bashir está en pie de guerra. Quiere comentarte lo del embargo de alfombras voladoras.
— ¿Sigue con eso?- masculló por lo bajo, ya lo tenía cansado con el mismo tema.
El señor Weasley exhaló un largo suspiro.
— Justo esta semana pasada le he enviado una lechuza sobre este tema. Se lo he dicho más de cien veces: las alfombras están definidas como un artefacto muggle en el Registro de Objetos de Encantamiento Prohibidos. ¿No habrá manera de que lo entienda?
— Creo que no —reconoció el señor Crouch, tomando la taza que le tendía Percy—. Está desesperado por exportar a este país.
— Bueno, nunca sustituirán a las escobas en Gran Bretaña, ¿no os parece? —observó Bagman.
Todos agitaron la cabeza, no se veían volando en alfombras, no había de donde sujetarse.
— Alí piensa que en el mercado hay un hueco para el vehículo familiar — repuso el señor Crouch—. Recuerdo que mi abuelo tenía una Axminster de doce plazas. Por supuesto, eso fue antes de que las prohibieran.
Lo dijo como si no quisiera dejar duda alguna de que todos sus antepasados habían respetado escrupulosamente la ley.
Es que es de esa manera, pensó Dumbledore cada vez mas sorprendido por su sagacidad.
— ¿Así que has estado ocupado, Barty? —preguntó Bagman en tono jovial.
— Bastante —contestó secamente el señor Crouch—. No es pequeña hazaña organizar trasladores en los cinco continentes, Ludo.
— Supongo que tanto uno como otro os alegraréis de que esto acabe — comentó el señor Weasley.
Ludo Bagman se mostró muy asombrado.
— ¿Alegrarme? Nunca lo he pasado tan bien... y, además, no se puede decir que no nos quede de qué preocuparnos. ¿Verdad, Barty? Aún hay mucho que organizar, ¿verdad?
Claro, porque él no hace nada, pensó Bill, ya era un hecho no le caía nada bien.
El señor Crouch levantó las cejas mirando a Bagman.
— Hemos acordado no decir nada hasta que todos los detalles...
— ¡Ah, los detalles! —dijo Bagman, haciendo un gesto con la mano para echar a un lado aquella palabra como si fuera una nube de mosquitos—. Han firmado, ¿no es así? Se han mostrado conformes, ¿no es así? Te apuesto lo que quieras a que muy pronto estos chicos se enterarán de algún modo. Quiero decir que, como es en Hogwarts donde va a tener lugar...
Ahora los chicos se preguntaban qué era lo que sucedía, primero Percy, ahora esto... Aparte va a ser en Hogwarts, las ideas más descabelladas comenzaron a pasar por sus mentes.
— Ludo, te recuerdo que tenemos que buscar a los búlgaros —dijo de forma cortante el señor Crouch—. Gracias por el té, Weatherby.
Le devolvió a Percy la taza, que continuaba llena, y aguardó a que Ludo se levantara. Apurando el té que le quedaba, Bagman se puso de pie con esfuerzo acompañado del tintineo de las monedas que llevaba en los bolsillos.
— ¡Hasta luego! —se despidió—. Estaréis conmigo en la tribuna principal. ¡Yo seré el comentarista! —Saludó con la mano; Barty Crouch hizo un breve gesto con la cabeza, y tanto uno como otro se desaparecieron.
— ¿Qué va a pasar en Hogwarts, papá? —preguntó Fred de inmediato—. ¿A qué se referían?
Se desplazaron hasta la punta de los asientos, si no lo respondían en el libro esperaban que los adultos presentes les contaran pero estos los ignoraron por completo.
— No tardaréis en enteraros —contestó el señor Weasley, sonriendo.
— Es información reservada, hasta que el ministro juzgue conveniente levantar el secreto —añadió Percy fríamente—. El señor Crouch ha hecho lo adecuado al no querer revelar nada.
— Cállate, Weatherby —le espetó Fred.
Fred y George chocaron las manos, le harían la vida imposible y más por estar presumiendo. Como perrito faldero de alguien que ni siquiera se acuerda de su nombre, por favor.
Conforme avanzaba la tarde la emoción aumentaba en el camping, como una neblina que se hubiera instalado allí. Al oscurecer, el aire aún estival vibraba de expectación, y, cuando la noche llegó como una sábana a cubrir a los miles de magos, desaparecieron los últimos vestigios de disimulo: el Ministerio parecía haberse resignado ya a lo inevitable y dejó de reprimir los ostensibles indicios de magia que surgían por todas partes. Los vendedores se aparecían a cada paso, con bandejas o empujando carros en los que llevaban cosas extraordinarias: escarapelas luminosas (verdes de Irlanda, rojas de Bulgaria) que gritaban los nombres de los jugadores; sombreros puntiagudos de color verde adornados con tréboles que se movían; bufandas del equipo de Bulgaria con leones estampados que rugían realmente; banderas de ambos países que entonaban el himno nacional cada vez que se las agitaba; miniaturas de Saetas de Fuego que volaban de verdad y figuras coleccionables de jugadores famosos que se paseaban por la palma de la mano en actitud jactanciosa.
A Harry le brillaban los ojos, todo eso sonaba increíble, Ron y Ginny estaban igual si por ellos fuera se comprarían una de cada cosa.
— He ahorrado todo el verano para esto —le dijo Ron a Harry mientras caminaban con Hermione entre los vendedores, comprando recuerdos.
Aunque Ron se compró un sombrero con tréboles que se movían y una gran escarapela verde, adquirió también una figura de Viktor Krum, el buscador del equipo de Bulgaria. La miniatura de Krum iba de un lado para otro en la mano de Ron, frunciendo el entrecejo ante la escarapela verde que tenía delante.
— Ahora va a tener un consuelo.
— Exacto, va a dormir abrazado a su mini-Krum.
Ron ni les hizo caso a sus hermanos queriendo ir ya al mundial para comprarse esas cosas.
— ¡Vaya, mirad esto! —exclamó Harry, acercándose rápidamente hasta un carro lleno de montones de unas cosas de metal que parecían prismáticos excepto en el detalle de que estaban llenos de botones y ruedecillas.
— Son omniculares —explicó el vendedor con entusiasmo—. Se puede volver a ver una jugada... pasarla a cámara lenta, y si quieres te pueden ofrecer un análisis jugada a jugada. Son una ganga: diez galeones cada uno.
— Uau, eso no estaba cuando fuimos nosotros- le susurró Sirius a su amigo.
— Ahora me arrepiento de lo que he comprado —reconoció Ron, haciendo un gesto desdeñoso hacia el sombrero con los tréboles que se movían y contemplando los omniculares con ansia.
— Deme tres —le dijo Harry al mago con decisión.
— No... déjalo —pidió Ron, poniéndose colorado.
Siempre le cohibía el hecho de que Harry, que había heredado de sus padres una pequeña fortuna, tuviera mucho más dinero que él.
— Más bien de la familia Potter- corrigió Sirius- James no pudo contribuir mucho con la bóveda de la familia, recién estábamos estudiando para auror cuando la guerra estalló con todo.
— Es mi regalo de Navidad —le explicó Harry, poniéndoles a él y a Hermione los omniculares en la mano—. ¡De los próximos diez años!
— Conforme —aceptó Ron, sonriendo.
— ¡Gracias, Harry! —dijo Hermione—. Yo compraré unos programas...
Con los bolsillos considerablemente menos abultados, regresaron a las tiendas. Bill, Charlie y Ginny llevaban también escarapelas verdes, y el señor Weasley tenía una bandera de Irlanda. Fred y George no habían comprado nada porque le habían entregado todo el dinero a Bagman.
— Cierto, pero nos vamos a hacer ricos con la apuesta- aseguró Fred mirando a su madre.
Y entonces se oyó el sonido profundo y retumbante de un gong al otro lado del bosque, y de inmediato se iluminaron entre los árboles unos faroles rojos y verdes, marcando el camino al estadio.
— ¡Ya es la hora! —anunció el señor Weasley, tan impaciente como los demás—. ¡Vamos!
— Ahí termina otro capítulo- Remus volteó hacia su costado para entregar el libro al siguiente.
Al girar, sus caras quedaron muy cerca ya que sin que Remus lo notase Tonks había estado mirando el libro y siguiendo la lectura por sobre su hombro. Estuvo a punto de decirle algo por espiar pero ella abrió la boca para defenderse en ese momento. La vista de Remus se dirigió de forma simultánea hasta sus labios pero al notar lo que estaba haciendo corrió rápidamente la mirada dejando el libro sobre las piernas de su compañera y se inclinó para tomar algo de beber. No entendía porque lo había hecho, apenas la conocía y había quedado embobado mirando sus labios. Dejo que sus ojos vagasen entre los otros miembros de la sala para ver si habían captado su leve momento de debilidad, y suspiró tranquilo cuando los vio comiendo galletas y hablando sobre el capítulo, hasta Sirius estaba en una charla con Harry.
Tonks con su pelo un rosa más rojizo que lo acostumbrado después de unos minutos llamó la atención y comenzó a leer.
— Señores, señoras y señorita el capítulo que todos esperábamos, el maravilloso, el espectacular: Capitulo 8: Los Mundiales de Quidditch.
Siguiéndole la broma a Tonks los chicos exclamaron como si su equipo hubiese entrado a la cancha.
...
...
...
...
...
...
N/A: Hola! Bueno quería aclarar un par de cosas:
- Los nombres de las escuelas de magia son los que aparecen en Pottermore.
- Lo del Instituto las Brujas de Salem es algo dicho por JK en twitter creo (?
- El Mundial de 1974 de Quidditch existió y ganó Siria sobre Madagascar.
- En un capítulo anterior mencioné algo sobre cómo se conocieron James con los Dursley eso también era algo escrito por JK.
Eran esas cosas, trato de mantenerme sobre lo que dice Rowling lo más que puedo y no hablar sin saber, si alguien ve algún error avise así lo corrijo. 
Gracias por leerme! 

No hay comentarios:

Publicar un comentario