—
Bueno, el título del libro es Harry Potter y el cáliz del fuego.
—
¿Qué? Espere profesor ese libro, ¿Cuenta mi
vida? ¿Mis cosas?
Harry no pudo evitar que un deje de pánico se filtrara por
su voz.
—
No lo sé Harry, pero, ¿No preferirías que las
personas acá presentes leamos un poco de tu vida y a cambio salvar a mucha
gente?
Harry si entendía eso pero, estaba seguro que Snape lo iba a
molestar de por vida por las cosas que se lean. Los demás eran su familia nadie
iba a decir nada, excepto los gemelos que seguro se iban a reír de él, pero
reír de la forma buena. A los que todavía no conocía como Bill, Charlie y Tonks
podía asegurar que eran buena gente, se notaba.
Dumbledore que tomó el silencio de Harry como una aprobación
dio vuelta la página del libro para poder empezar a leer.
—
Así que empezamos, Capítulo 1: La mansión Riddle.
Todos los que conocían el apellido no pudieron evitar que un
escalofrío les bajara por la espalda. Ginny que se acordaba de su viejo “amigo”
Tom no pudo evitar temblar.
Los aldeanos de
Pequeño Hangleton seguían llamándola «la Mansión de los Ryddle» aunque hacía ya
muchos años que los Ryddle no vivían en ella. Erigida sobre una colina que
dominaba la aldea, tenía cegadas con tablas algunas ventanas, al tejado le
faltaban tejas y la hiedra se extendía a sus anchas por la fachada. En otro
tiempo había sido una mansión hermosa y, con diferencia, el edificio más
señorial y de mayor tamaño en un radio de varios kilómetros, pero ahora estaba
abandonada y ruinosa, y nadie vivía en ella.
En Pequeño Hangleton
todos coincidían en que la vieja mansión era siniestra. Medio siglo antes había
ocurrido en ella algo extraño y horrible, algo de lo que todavía gustaban
hablar los habitantes de la aldea cuando los temas de chismorreo se agotaban.
Habían relatado tantas veces la historia y le habían añadido tantas cosas, que
nadie estaba ya muy seguro de cuál era la verdad. Todas las versiones, no
obstante, comenzaban en el mismo punto: cincuenta años antes, en el amanecer de
una soleada mañana de verano, cuando la Mansión de los Ryddle aún conservaba su
imponente apariencia, la criada había entrado en la sala y había hallado
muertos a los tres Ryddle.
Cincuenta años antes, resonó en la cabeza de Hermione, Ron y
Harry, el mismo tiempo en el que Voldemort abrió la cámara de los secretos en
Hogwarts.
La mujer había bajado
corriendo y gritando por la colina hasta llegar a la aldea, despertando a todos
los que había podido.
—
¡Están
allí echados con los ojos muy abiertos! ¡Están fríos como el hielo! ¡Y llevan
todavía la ropa de la cena!
—
¡Por Merlín! La maldición asesina.- susurró la
señora Weasley y todos los que alguna vez la habían presenciado asintieron de
acuerdo.
Llamaron a la
policía, y toda la aldea se convirtió en un hervidero de curiosidad, de espanto
y de emoción mal disimulada. Nadie hizo el menor esfuerzo en fingir que le
apenaba la muerte de los Ryddle, porque nadie los quería. El señor y la señora
Ryddle eran ricos, esnobs y groseros, aunque no tanto como Tom, su hijo ya
crecido. Los aldeanos se preguntaban por la identidad del asesino, porque era
evidente que tres personas que gozan, aparentemente, de buena salud no se
mueren la misma noche de muerte natural.
Su hijo ya crecido, en ese entonces Voldemort tendría que
ser joven, entonces al referirse a su hijo ya crecido seguramente hablaban de
el padre de éste, que según le había dicho Riddle en segundo año se llamaba
igual que él. La cabeza de Harry escuchaba e iba enganchando los datos que le
tiraban con lo que él ya sabía para poder comprender todo y que no le queden
cabos sueltos.
El Ahorcado, que era
como se llamaba la taberna de la aldea, hizo su agosto aquella noche, ya que
todo el mundo acudió para comentar el triple asesinato. Para ello habían dejado
el calor de sus hogares, pero se vieron recompensados con la llegada de la
cocinera de los Ryddle, que entró en la taberna con un golpe de efecto y
anunció a la concurrencia, repentinamente callada, que acababan de arrestar a
un hombre llamado Frank Bryce.
—
¡Frank!
—gritaron algunos—. ¡No puede ser!
Frank Bryce era el
jardinero de los Ryddle y vivía solo en una humilde casita en la finca de sus
amos. Había regresado de la guerra con la pierna rígida y una clara aversión a
las multitudes y a los ruidos fuertes. Desde entonces, había trabajado para los
Ryddle.
—
Es obvio que no fue él, pero los muggles
necesitan a alguíen para culpar.- Tonks que se había quedado callada hasta
entonces comentó.
Varios de los
presentes se apresuraron a pedir una bebida para la cocinera, y todos se
dispusieron a oír los detalles.
—
Siempre
pensé que era un tipo raro —explicó la mujer a los lugareños, que la escuchaban
expectantes, después de apurar la cuarta copa de jerez—. Era muy huraño. Debo
de haberlo invitado cien veces a una copa, pero no le gustaba el trato con la
gente, no señor.
—
¿Sabes a que huele George?
—
¿A que mí querido hermano Fred?
—
A que a alguien la rechazaron y se fue de
resentida por ahí.
Harry no pudo evitar sonreír, justo cuando las cosas se
están poniendo serias llegan los gemelos para salvarlos.
—
Bueno
—dijo una aldeana que estaba junto a la barra—, el pobre Frank lo pasó mal en
la guerra, y le gusta la tranquilidad. Ése no es motivo para...
—
¿Y quién
aparte de él tenía la llave de la puerta de atrás? —la interrumpió la cocinera
levantando la voz—. ¡Siempre ha habido un duplicado de la llave colgado en la
casita del jardinero, que yo recuerde! ¡Y anoche nadie forzó la puerta! ¡No hay
ninguna ventana rota! Frank no tuvo más que subir hasta la mansión mientras
todos dormíamos...
—
Un simple Alohomora y ya.- habló sin pensar
Hermione tornándose roja cuando todas las miradas recayeron en ella.
Los aldeanos
intercambiaron miradas sombrías.
—
Siempre
pensé que había algo desagradable en él, desde luego —dijo, gruñendo, un hombre
sentado a la barra.
—
La guerra
lo convirtió en un tipo raro, si os interesa mi opinión —añadió el dueño de la
taberna.
—
Te dije
que no me gustaría tener a Frank de enemigo. ¿A qué te lo dije, Dot? —apuntó,
nerviosa, una mujer desde el rincón.
— Horroroso carácter —corroboró Dot, moviendo
con brío la cabeza de arriba abajo—. Recuerdo que cuando era niño...
—
Claro, ahora de repente todos recuerdan de golpe
lo mala persona que era cuando hace cinco minutos ponían la mano en el fuego
por él. – McGonagall habló con la misma voz que ponía cuando retaba a los
estudiantes que se salteaban las normas en el colegio.
A la mañana
siguiente, en Pequeño Hangleton, a nadie le cabía ninguna duda de que Frank
Bryce había matado a los Ryddle.
Pero en la vecina
ciudad de Gran Hangleton, en la oscura y sórdida comisaría, Frank repetía
tercamente, una y otra vez, que era inocente y que la única persona a la que
había visto cerca de la mansión el día de la muerte de los Ryddle había sido un
adolescente, un forastero de piel clara y pelo oscuro. Nadie más en la aldea
había visto a semejante muchacho, y la policía tenía la convicción de que eran
invenciones de Frank.
Harry levantó la vista de golpe para mirar a Dumbledore que
se había detenido y también lo miraba.
—
Es él, ¿No? Es Voldemort, hace cincuenta años,
mató a su padre.
Un estremecimiento colectivo azotó al salón.
—
Bien, Harry, si yo también creo lo mismo, el
joven Ryddle siempre tuvo cierta aversión a su padre por haberlo abandonado.- y
mirando a los otros presentes aclaró.- Tom Ryddle, el hijo del Tom Riddle con
el mismo nombre que es el hombre que asesinaron junto con sus padres, es
Voldemort. Cuando era joven estudiaba en Howgarts y se empezó a hacer llamar
así porque odiaba tener el mismo nombre que su padre, ya que éste era muggle.
El asombro recorrió a los presentes que ignoraban todo este
hecho, Voldemort, asesino de muggles y sangre sucia que luchaba por la pureza
de la sangre, era un simple mestizo.
Nadie pudo articular palabra, así que Dumbledore aprovecho y
siguió leyendo.
Entonces, cuando las
cosas se estaban poniendo peor para él, llegó el informe forense y todo cambió.
La policía no había
leído nunca un informe tan extraño. Un equipo de médicos había examinado los
cuerpos y llegado a la conclusión de que ninguno de los Ryddle había sido
envenenado, ahogado, estrangulado, apuñalado ni 4 herido con arma de fuego y,
por lo que ellos podían ver, ni siquiera había sufrido daño alguno. De hecho,
proseguía el informe con manifiesta perplejidad, los tres Ryddle parecían
hallarse en perfecto estado de salud, pasando por alto el hecho de que estaban
muertos. Decididos a encontrar en los cadáveres alguna anormalidad, los médicos
notaron que los Ryddle tenían una expresión de terror en la cara; pero, como
dijeron los frustrados policías, ¿quién había oído nunca que se pudiera
aterrorizar a tres personas hasta matarlas?
Definitivamente obra de la maldición asesina, pensó Snape. ¿A
cuántos había visto caer fruto de la misma?
Como no había la más
leve prueba de que los Ryddle hubieran sido asesinados, la policía no tuvo más
remedio que dejar libre a Frank. Se enterró a los Ryddle en el cementerio de
Pequeño Hangleton, y durante una temporada sus tumbas siguieron siendo objeto
de curiosidad. Para sorpresa de todos y en medio de un ambiente de
desconfianza, Frank Bryce volvió a su casita en la mansión.
—Para mí él fue el
que los mató, y me da igual lo que diga la policía — sentenció Dot en El
Ahorcado—. Y, sabiendo que sabemos que fue él, si tuviera un poco de vergüenza
se iría de aquí.
Pero Frank no se fue.
Se quedó cuidando el jardín para la familia que habitó a continuación en la
Mansión de los Ryddle, y luego para los siguientes inquilinos, porque nadie
permaneció mucho tiempo allí. Quizá era en parte a causa de Frank por lo que
cada nuevo propietario aseguró que se percibía algo horrendo en aquel lugar, el
cual, al quedar deshabitado, fue cayendo en el abandono.
—
Bueno, si tiene algo que ver con
el-que-no-debe-ser-nombrado entiendo a la gente que no quiera vivir ahí, seguro
algo maligno quedó luego de haber matado a tres personas en ese lugar.- aportó
Bill.
El potentado que en
aquellos días poseía la Mansión de los Ryddle no vivía en ella ni le daba uso
alguno; en el pueblo se comentaba que la había adquirido por «motivos
fiscales», aunque nadie sabía muy bien cuáles podían ser esos motivos. Sin
embargo, el potentado continuó pagando a Frank para que se encargara del
jardín. A punto de cumplir los setenta y siete años, Frank estaba bastante
sordo y su pierna rígida se había vuelto más rígida que nunca, pero todavía,
cuando hacía buen tiempo, se lo veía entre los macizos de flores haciendo un
poco de esto y un poco de aquello, si bien la mala hierba le iba ganando la
partida.
Molly no podía dejar de pensar en el pobre hombre que
trabajaba por años, hacía todo lo que podía y encima tenía que soportar las
habladurías de todo un pueblo.
Pero la mala hierba
no era lo único contra lo que tenía que bregar Frank. Los niños de la aldea
habían tomado la costumbre de tirar piedras a las ventanas de la Mansión de los
Ryddle, y pasaban con las bicicletas por encima del césped que con tanto
esfuerzo Frank mantenía en buen estado. En una o dos ocasiones habían entrado
en la casa a raíz de una apuesta. Sabían que el viejo jardinero profesaba
veneración a la casa y a la finca, y les divertía verlo por el jardín cojeando,
blandiendo su cayado y gritándoles con su ronca voz. Frank, por su parte, pensaba
que los niños querían castigarlo porque, como sus padres y abuelos, creían que
era un asesino. Así que cuando se despertó una noche de agosto y vio algo raro
arriba en la vieja casa, dio por supuesto que los niños habían ido un poco más lejos que
otras veces en su intento de mortificarlo.
Todos se tensaron de inmediato, era obvio por las palabras
elegidas que esta vez no iban a ser unos simples niños.
Lo que lo había
despertado era su pierna mala, que en su vejez le dolía más que nunca. Se
levantó y bajó cojeando por la escalera hasta la cocina, con la idea de
rellenar la botella de agua caliente para aliviar la rigidez de la rodilla. De
pie ante la pila, mientras llenaba de agua la tetera, levantó la vista hacia la
Mansión de los Ryddle y vio luz en las ventanas superiores. Frank entendió de
inmediato lo que sucedía: los niños habían vuelto a entrar en la Mansión de los
Ryddle y, a juzgar por el titileo de la luz, habían encendido fuego. Frank no
tenía teléfono y, de todas maneras, desconfiaba de la policía desde que se lo
habían llevado para interrogarlo por la muerte de los Ryddle. Así que dejó la
tetera y volvió a subir la escalera tan rápido como le permitía la pierna mala;
regresó completamente vestido a la cocina, y cogió una llave vieja y herrumbrosa
del gancho que había junto a la entrada. Tomó su cayado, que estaba apoyado
contra la pared, y salió de la casita en medio de la noche. La puerta principal
de la Mansión de los Ryddle no mostraba signo alguno de haber sido forzada, ni
tampoco ninguna de las ventanas. Frank fue cojeando hacia la parte de atrás de
la casa hasta llegar a una entrada casi completamente cubierta por la hiedra,
sacó la vieja llave, la introdujo en la cerradura y abrió la puerta
sigilosamente.
—
Algo va mal, algo va mal..- susurraba
rápidamente Molly, bo quería que nada le ocurriese al hombre.
Penetró en la
cavernosa cocina. A pesar de que hacia años que Frank no pisaba en ella y de
que la oscuridad era casi total, recordaba dónde se hallaba la puerta que daba
al vestíbulo y se abrió camino hacia ella a tientas, mientras percibía el olor
a decrepitud y aguzaba el oído para captar cualquier sonido de pasos o de voces
que viniera de arriba. Llegó al vestíbulo, un poco más iluminado gracias a las
amplias ventanas divididas por parteluces que flanqueaban la puerta principal,
y comenzó a subir por la escalera, dando gracias a la espesa capa de polvo que
cubría los escalones porque amortiguaba el ruido de los pies y del cayado. En
el rellano, Frank torció a la derecha y vio de inmediato dónde se hallaban los
intrusos: al final del corredor había una puerta entornada, y una luz titilante
brillaba a través del resquicio, proyectando sobre el negro suelo una línea
dorada. Frank se fue acercando pegado a la pared, con el cayado firmemente
asido. Cuando se hallaba a un metro de la entrada distinguió una estrecha
franja de la estancia que había al otro lado.
En el salón podían sentir como si estuviese ahí caminando
junto al hombre procurando no hacer ni el mínimo ruido, hasta Molly había guardado
silencio como temiendo hablar y delatar a Frank.
Pudo ver entonces que
estaba encendido el fuego en la chimenea, cosa que lo sorprendió. Se quedó
inmóvil y escuchó con toda atención, porque del interior de la estancia llegaba
la voz de un hombre que parecía tímido y acobardado.
— Queda un poco más en
la botella, señor, si seguís hambriento.
— Luego —dijo una
segunda voz. También ésta era de hombre, pero extrañamente aguda y tan iría
como una repentina ráfaga de viento helado. Algo tenía aquella voz que erizó
los escasos pelos de la nuca de Frank—.
Acércame más al fuego, Colagusano.
—
Maldita rata traicionera, esta con Voldemort o
va a estar con Voldemort o ya no sé, pero maldita sea. Merlín.- Sirius se
estiraba el pelo y hablaba velozmente.
—
Sirius, eh Sirius.- Remus le habló apretándole
el hombro, piensa que si todavía no pasó ahora sabemos dónde va a estar,
sigamos escuchando, ¿Si?
Y Sirius asintió levemente mientras se ponía nuevamente
derecho.
Snape tampoco pudo evitar la ira luego de escuchar el apodo
de Peter, Dumbledore le había contado todo hace poco, pero él no demostró nada
de lo que lo invadía.
Harry en cambio, sentía que la libertad de Colagusano era
principalmente su culpa, si él hubiese dejado que Sirius… no, tampoco podía pensar
eso, no quería que Sirius sea un asesino.
Mientras los demás que seguían escépticos o no sabían lo del
primer año de Harry se sorprendieron y no gratamente de saber que Voldemort
estaba ahí, no sabían cómo se encontraba
pero estaba ahí.
Frank volvió hacia la
puerta su oreja derecha, que era la buena. Oyó que posaban una botella en una
superficie dura, y luego el ruido sordo que hacía un mueble pesado al ser
arrastrado por el suelo. Frank vislumbró a un hombre pequeño que, de espaldas a
la puerta, empujaba una butaca para acercarla a la chimenea. Vestía una capa
larga y negra, y tenía la coronilla calva. Enseguida volvió a desaparecer de la
vista.
—
¿Dónde
está Nagini? —dijo la voz iría.
—
No... no
lo sé, señor —respondió temblorosa la primera voz—. Creo que ha ido a explorar
la casa...
El señor Wesley paso un brazo sobre los hombros de su esposa
intuyendo lo que iba a pasar.
—
Tendrás
que ordeñarla antes de que nos retiremos a dormir, Colagusano —dijo la segunda
voz—. Necesito tomar algo de alimento por la noche. El viaje me ha fatigado
mucho.
Frunciendo el
entrecejo, Frank acercó más la oreja buena a la puerta. Hubo una pausa, y tras
ella volvió a hablar el hombre llamado Colagusano.
—
Señor,
¿puedo preguntar cuánto tiempo permaneceremos aquí?
—
Una
semana —contestó la fría voz—. O tal vez más. Este lugar es cómodo dentro de lo
que cabe, y todavía no podemos llevar a cabo el plan. Sería una locura hacer
algo antes de que acaben los Mundiales de quidditch.
—
No entiendo.- exclamó Harry saliendo de su mutismo.
—
Vaya novedad Potter, dígalo cuando eso sea algo
inesperado.
—
¿Qué cosa Harry?- interrumpió Remus a Snape.
—
¿Quién es Nagini? ¿Y qué es eso de ordeñarla?-
habló Hermione por él, ella siempre sabían lo que los otros dos integrantes del
trío pensaban.
—
No lo sabemos señorita Granger, creo que o dirá
más adelante, lo que me llama la atención es que mencionan a la copa de
Quidditch esto será en aproximadamente un mes.
—
Es así profesor, eso significa que
el-que-no-debe-ser-nombrado está ahí, o va a estar ahí en los próximos días.
Capaz que más adelante detalla más que día es.- aportó Charlie.
Los presentes asintieron sabiendo que se podía avistar un
enfrentamiento en las inmediaciones, pero en cuanto más preparado estén mejor,
debían saber todo lo que les deparaba el futuro antes de actuar a ciegas.
Frank se hurgó la
oreja con uno de sus nudosos dedos. Sin duda debido a un tapón de cera, había
oído la palabra «quidditch», que no existía.
Los gemelos hicieron un salto atrás pegándose al respaldo
del sillón mientras se tomaban el corazón.
—
Decir que el quidditch no existe, no debería ni
decir una cosa así.
—
Ni nosotros diríamos eso bromeando.
Los demás chicos estuvieron a punto de reírles la gracia
cuando sintieron la penetrante mirada de Molly que claramente decía <No es
momento>.
—
¿Los...
los Mundiales de quidditch, señor? —preguntó Colagusano. Frank se hurgó aún con
más fuerza—. Perdonadme, pero... no comprendo. ¿Por qué tenemos que esperar a
que acaben los Mundiales?
—
Porque en
este mismo momento están llegando al país magos provenientes del mundo entero,
idiota, y todos los mangoneadores del Ministerio de Magia estarán al acecho de
cualquier signo de actividad anormal, comprobando y volviendo a comprobar la
identidad de todo el mundo. Estarán obsesionados con la seguridad, para evitar
que los muggles se den cuenta de algo. Por eso tenemos que esperar.
Frank desistió de
intentar destaponarse el oído. Le habían llegado con toda claridad las palabras
«magos», «muggles» y «Ministerio de Magia».
—
Bueno, que exista el Ministerio de Magia como
tal lo podemos discutir.- masculló Sirius con un claro resentimiento en su voz.
Evidentemente, cada
una de aquellas expresiones tenía un significado secreto, y Frank pensó que
sólo había dos tipos de personas que hablaran en clave: los espías y los
criminales. Así pues, aferró el cayado y aguzó el oído.
—
¿Debo
entender que Su Señoría está decidido? —preguntó Colagusano en voz baja.
—
Desde
luego que estoy decidido, Colagusano. —Ahora había un tono de amenaza en la
iría voz.
Harry prestó toda la atención en eso, era obvio que estaba
planeando algo.
Siguió una ligera
pausa, y luego habló Colagusano. Las palabras se le amontonaron por la prisa,
como si quisiera acabar de decir la frase antes de que los nervios se lo
impidieran:
—
Se podría
hacer sin Harry Potter, señor.
Como si una fuerza los hubiera empujado, todos voltearon a
la misma vez hacía Harry, hasta Dumbledore levantó la vista del libro para
observarlo. A Sirius no le salían las palabras, no podía ni escuchar que el
traidor ese mencione el nombre de su ahijado.
Hubo otra pausa,
ahora más prolongada, y luego se escuchó musitar a la segunda voz:
—
¿Sin
Harry Potter? Ya veo...
—
¡Señor,
no lo digo porque me preocupe el muchacho! —exclamó Colagusano, alzando la voz
hasta convertirla en un chillido—. El chico no significa nada para mí, ¡nada en
absoluto! Sólo lo digo porque si empleáramos a otro mago o bruja, el que fuera,
se podría llevar a cabo con más rapidez. Si me permitierais ausentarme
brevemente (ya sabéis que se me da muy bien disfrazarme), podría regresar
dentro de dos días con alguien apropiado.
—
Es obvio que no se preocupa por Harry, si no, no
hubiese hecho lo que hizo, maldito traidor.
Remus estaba en una encrucijada, él también quería maldecir
de todas las formas posibles a la rata pero alguien tenía que guardar silencio
de alguno de los dos, alguien tenía que ser el racional, así que él es el que
cuidaría de Sirius de ahora en más. Un impulso lo llevó a prisión, y no iba a
permitir que se repita la misma historia.
—
Podría utilizar a cualquier otro mago —dijo con
suavidad la segunda voz—, es cierto...
—
Muy
sensato, señor —añadió Colagusano, que parecía sensiblemente aliviado—. Echarle
la mano encima a Harry Potter resultaría muy difícil. Está tan bien
protegido...
—
¿O sea
que te prestas a ir a buscar un sustituto? Me pregunto si tal vez... la tarea
de cuidarme se te ha llegado a hacer demasiado penosa, Colagusano. ¡Quién sabe
si tu propuesta de abandonar el plan no será en realidad un intento de desertar
de mi bando!
—
¡Señor!
Yo... yo no tengo ningún deseo de abandonaros, en absoluto.
—
¡No me
mientas! —dijo la segunda voz entre dientes—. ¡Sé lo que digo, Colagusano!
Lamentas haber vuelto conmigo. Te doy asco. Veo cómo te estremeces cada vez que
me miras, noto el escalofrío que te recorre cuando me tocas...
—
Ginny tápate los oídos, esto se está
transformando en un libro para adultos.- aportó Fred.
Ahora sí, ninguno pudo evitar la risa nerviosa que se les
escapo.
—
¡No! Mi
devoción a Su Señoría...
—
Tu
devoción no es otra cosa que cobardía. No estarías aquí si tuvieras otro lugar
al que ir. ¿Cómo voy a sobrevivir sin ti, cuando necesito alimentarme cada
pocas horas? ¿Quién ordeñará a Nagini?
—
Pero ya
estáis mucho más fuerte, señor.
—
Mentiroso
—musitó la segunda voz—. No me encuentro más fuerte, y unos pocos días
bastarían para hacerme perder la escasa salud que he recuperado con tus torpes
atenciones. ¡Silencio!
Colagusano, que había
estado barbotando incoherentemente, se calló al instante. Durante unos
segundos, Frank no pudo oír otra cosa que el crepitar de la hoguera. Luego
volvió a hablar el segundo hombre en un siseo que era casi un silbido.
Ron y Hermione que habían escuchado a Harry hablar parsel
voltearon inmediatamente hacía él. Harry al comprender lo mismo, los miró a
mabos de cada lado y asintió como asegurándoles que él pensaba lo mismo.
—
Tengo mis
motivos para utilizar a ese chico, como te he explicado, y no usaré a ningún
otro. He aguardado trece años. Unos meses más darán lo mismo. Por lo que
respecta a la protección que lo rodea, estoy convencido de que mi plan dará
resultado. Lo único que se necesita es un poco de valor por tu parte... Un
valor que estoy seguro de que encontrarás, a menos que quieras sufrir la ira de
lord Voldemort.
—
¡Señor,
dejadme hablar! —dijo Colagusano con una nota de pánico en la voz—. Durante el
viaje le he dado vueltas en la cabeza al plan... Señor, no tardarán en darse
cuenta de la desaparición de Bertha Jorkins. Y, si seguimos adelante, si yo
hecho la maldición...
—
Espera, espera ¿Jorkins? ¿Bertha Jorkins?-
preguntó Sirius que luego volteo para Remus- ¿No era esa que iba unos cursos
por encima del nuestro? La cotilla.
—
No sé, pero así se llamaba.
Tonks que se encontraba inmersa en sus pensamientos levanto
la vista.
—
Yo la conozco, trabaja en el Ministerio en la
sección de Deporte, lo último que supe es que estaba de vacaciones en no sé
donde, lo escuche en un pasillo. Si le hicieron algo puede ser que ya haya
pasado.
—
El señor Weasley asintió también a esto, él sabía más o
menos lo mismo, los empleados solían comentar que los de otros departamentos
diferentes a los suyos tenían tiempo de sobra para tomarse vacaciones.
—
¿«Si»?
—susurró la otra voz—. Si sigues el plan, Colagusano, el Ministerio no tendrá
que enterarse de que ha desaparecido nadie más. Lo harás discretamente, sin
alboroto. Ya me gustaría poder hacerlo por mí mismo, pero en estas
condiciones... Vamos, Colagusano, otro obstáculo menos y tendremos despejado el
camino hacia Harry Potter. No te estoy pidiendo que lo hagas solo. Para
entonces, mi fiel vasallo se habrá unido a nosotros.
—
Entonces Colagusano no era el fiel vasallo de la
profecía.- susurró Harry para Ron y Hermione- hay alguien más.
—
Yo
también soy un vasallo fiel —repuso Colagusano con una levísima nota de
resentimiento en la voz.
—
Colagusano,
necesito a alguien con cerebro, alguien cuya lealtad no haya flaqueado nunca. Y
tú, por desgracia, no cumples ninguno de esos requisitos.
—
Yo os
encontré —contestó Colagusano, y esta vez había un claro tono de aspereza en su
voz—. Fui el que os encontró, y os traje a Bertha Jorkins.
—
Eso es
verdad —admitió el segundo hombre, aparentemente divertido—. Un golpe brillante
del que no te hubiera creído capaz, Colagusano. Aunque, a decir verdad, ni te
imaginabas lo útil que nos sería cuando la atrapaste, ¿a que no?
—
Pen...
pensaba que podía serlo, señor.
—
Mentiroso
—dijo de nuevo la otra voz con un regocijo cruel más evidente que nunca—. Sin
embargo, no niego que su información resultó enormemente valiosa. Sin ella, yo
nunca habría podido maquinar nuestro plan, y por eso recibirás tu recompensa,
Colagusano. Te permitiré llevar a cabo una labor esencial para mí; muchos de
mis seguidores darían su mano derecha por tener el honor de desempeñarla...
—
¿De... de
verdad, señor? —Colagusano parecía de nuevo aterrorizado— . ¿Y qué...?
—
¡Ah,
Colagusano, no querrás que te lo descubra y eche a perder la sorpresa! Tu parte
llegará al final de todo... pero te lo prometo: tendrás el honor de resultar
tan útil como Bertha Jorkins.
—
Esto me está sonando mal, pero bueno, espero que
lo que sea que le haga le duela mucho.- dijo Sirius mientras una sonrisa
aterradora se plasmaba en su cara.
Snape no lo admitiría ni aunque le dieran cien mil
cruciatus, pero estaba de acuerdo con Sirius en esta.
—
Vos...
Vos... —La voz de Colagusano sonó repentinamente ronca, como si se le hubiera
quedado la boca completamente seca—. Vos... ¿vais a matarme... también a mí?
También a mí, esas palabras quedaron resonando por unos
segundos en la sala acompañado de un “pobrecilla” de la señora Wesley, ya era
obvio el final que tuve la trabajadora del ministerio.
—
Colagusano,
Colagusano —dijo la voz iría, que ahora había adquirido una gran suavidad—,
¿por qué tendría que matarte? Maté a Bertha porque tenía que hacerlo. Después
de mi interrogatorio ya no servía para nada, absolutamente para nada. Y, sin
duda, si hubiera vuelto al Ministerio con la noticia de que te había conocido
durante las vacaciones, le habrían hecho unas preguntas muy embarazosas. Los
magos que han sido dados por muertos deberían evitar encontrarse con brujas del
Ministerio de Magia en las posadas del camino...
Los que ya habían vivido una guerra no pudieron evitar
estremecerse al imaginarse lo que significaba ser interrogado por Voldemort.
—
¿Que
podríamos haber modificado su memoria? Es verdad, pero un mago con grandes
poderes puede romper los encantamientos desmemorizantes, como te demostré al
interrogarla. Sería un insulto a su recuerdo no dar uso a la información que le
sonsaqué, Colagusano.
Fuera, en el corredor, Frank se dio cuenta de
que la mano que agarraba el cayado estaba empapada en sudor. El hombre de la
voz fría había matado a una mujer, y hablaba de ello sin ningún tipo de
remordimiento, con regocijo. Era peligroso, un loco. Y planeaba más asesinatos:
aquel muchacho, Harry Potter, quienquiera que fuese, se hallaba en peligro.
Unos cuantos quedaron de piedra, ya se habían olvidado del
muggle que estaba escuchando la conversación.
Frank supo lo que
tenía que hacer. Aquél era, sin duda, el momento de ir a la policía. Saldría
sigilosamente de la casa e iría directo a la cabina telefónica de la aldea.
Pero la voz fría había vuelto a hablar, y Frank permaneció donde estaba,
inmóvil, escuchando con toda su atención.
— Una maldición más...
mi fiel vasallo en Hogwarts... Harry Potter es prácticamente mío, Colagusano.
Está decidido. No lo discutiremos más. Silencio... Creo que oigo a Nagini...
Y la voz del segundo
hombre cambió. Comenzó a emitir unos sonidos que Frank no había oído nunca;
silbaba y escupía sin tomar aliento. Frank supuso que le estaba dando un
ataque.
Y entonces Frank oyó
que algo se movía detrás de él, en el oscuro corredor. Se volvió a mirar, y el
terror lo paralizó.
—
Oh no, oh no.- murmuraba Molly acercándose más
al señor Wesley mientras miraba a Ginny como sopesando las oportunidades que
tenía para que su hija no escuchara lo que sin ninguna duda vendría.
Algo se arrastraba
hacia él por el suelo y, cuando se acercó a la línea de luz, vio, estremecido
de pavor, que se trataba de una serpiente gigante de al menos cuatro metros de
longitud. Horrorizado, Frank observó cómo su cuerpo sinuoso trazaba un sendero
a través de la espesa capa de polvo del suelo, aproximándose cada vez más. ¿Qué
podía hacer? El único lugar al que podía escapar era la habitación en la que
dos hombres tramaban un asesinato, y, si se quedaba donde estaba, sin duda la
serpiente lo mataría.
Ahora sabían lo que Nagini era, pero eso no les alivió ni
por un segundo, adie podía dejar de pensar en lo que pasaría.
Antes de que hubiera
tomado una decisión, la serpiente había llegado al punto del corredor en que él
se encontraba e, increíble, milagrosamente, pasó de largo; iba siguiendo los
sonido siseantes, como escupitajos, que emitía la voz al otro lado de la puerta
y, al cabo de unos segundos, la punta de su cola adornada con rombos había
desaparecido por el resquicio de la puerta. Frank tenía la frente empapada en
sudor, y la mano con que sostenía el cayado le temblaba. Dentro de la habitación,
la iría voz seguía silbando, y a Frank se le ocurrió una idea extraña, una idea
imposible: que aquel hombre era capaz de hablar con las serpientes. No
comprendía lo que pasaba. Hubiera querido, más que nada en el mundo, hallarse
en su cama con la botella de agua caliente. El problema era que sus piernas no
parecían querer moverse. De repente, mientras seguía allí temblando e
intentando dominarse, la fría voz volvió a utilizar el idioma de Frank.
—
Nagini
tiene interesantes noticias, Colagusano —dijo.
—
¿De... de
verdad, señor?
—
Sí, de
verdad —afirmó la voz—. Según Nagini, hay un muggle viejo al otro lado de la
puerta, escuchando todo lo que decimos.
La señora Wesley volteo hacía el director.
— Dumbledore, ¿Es necesario que los chicos lean
esto? No hay otra manera. – imploró.
—
No la hay Molly, o si no, no lo hubiese
permitido desde el principio, pero sabes que sin ellos acá no podré leer lo que
sucederá.
Ginny que se había mantenido en silencio hasta entonces
carraspeo.
—
Mamá. Estoy bien de enserio, ya sabemos lo que
sucederá pero, ¿Podremos evitarlo no?, tal vez todavía no pasa.- afirmó con una
entereza que Harry no había escuchado de ella hasta entonces.
La señora Weasley pareció reconsiderar lo que su hija decía
y se volvió a posicionar cerca de su marido, asintiendo hacía Dumbledore para
que lea.
Frank no tuvo
posibilidad de ocultarse. Oyó primero unos pasos, y luego la puerta de la
habitación se abrió de golpe.
Un hombre bajo y
calvo con algo de pelo gris, nariz puntiaguda y ojos pequeños y llorosos
apareció ante él con una expresión en la que se mezclaban el miedo y la alarma.
—
Invítalo
a entrar, Colagusano. ¿Dónde está tu buena educación?
La fría voz provenía
de la vieja butaca que había delante de la chimenea, pero Frank no pudo ver al
que hablaba. La serpiente estaba enrollada sobre la podrida alfombra que había
al lado del fuego, como una horrible parodia de perro hogareño.
Con una seña,
Colagusano ordenó a Frank que entrara. Aunque todavía profundamente
conmocionado, éste agarró el cayado con más fuerza y pasó el umbral cojeando.
La lumbre era la
única fuente de luz en la habitación, y proyectaba sobre las paredes largas
sombras en forma de araña. Frank dirigió la vista al respaldo de la butaca: el
hombre que estaba sentado en ella debía de ser aún más pequeño que su vasallo,
porque Frank ni siquiera podía vislumbrar la parte de atrás de su cabeza.
—
¿Lo has
oído todo, muggle? —dijo la fría voz.
—
¿Cómo me
ha llamado? —preguntó Frank desafiante, porque, una vez dentro y llegado el momento
de hacer algo, se sentía más valiente. Así le había ocurrido siempre en la
guerra.
Nadie pudo evitar que una leve sonrisa apareciera, todos
deberían ser así plantándole cara, si uno va a morir por lo menos hacerlo de
pie.
—
Te he
llamado muggle —explicó la voz con serenidad—. Quiere decir que no eres mago.
—
No sé qué
quiere decir con eso de mago —dijo Frank, con la voz cada vez más firme—. Todo
lo que sé es que he oído cosas que merecerían el interés de la policía. ¡Usted
ha cometido un asesinato y planea otros! Y le diré otra cosa —añadió, en un
rapto de inspiración—: mi mujer sabe que estoy aquí, y si no he vuelto...
—
Tú no
tienes mujer —cortó la fría voz, muy suave—. Nadie sabe qué estás aquí. No le
has dicho a nadie que venías. No mientas a lord Voldemort, muggle, porque él
sabe... él siempre sabe...
Harry se quedó pensando en lo que Voldemort dijo, él siempre
sabe, cómo lo que sucedió con la piedra filosofal, que él sabía que estaba en
su bolsillo.
—
¿Es
verdad eso? —respondió Frank bruscamente—. ¿Es usted un lord? Bien, no es que
sus modales me parezcan muy refinados, milord. Vuélvase y dé la cara como un
hombre. ¿Por qué no lo hace?
Los gemelos lanzaron una risilla que fue callada rápidamente
por su madre. No todos los días aparecía alguien capaz de insultar abiertamente
a Voldemort.
—
Pero es
que yo no soy un hombre, muggle —dijo la fría voz, apenas audible por encima
del crepitar de las llamas—. Soy mucho, mucho más que un hombre. Sin embargo...
¿por qué no? Daré la cara... Colagusano, ven a girar mi butaca.
El vasallo profirió
un quejido.
—
Ya me has
oído, Colagusano.
Lentamente, con el
rostro crispado como si prefiriera hacer cualquier cosa antes que aproximarse a
su señor y a la alfombra en que descansaba la serpiente, el hombrecillo dio
unos pasos hacia delante y comenzó a girar la butaca. La serpiente levantó su fea
cabeza triangular y profirió un silbido cuando las patas del asiento se
engancharon en la alfombra. Y entonces Frank tuvo la parte delantera de la
butaca ante sí y vio lo que había sentado en ella. El cayado se le resbaló al
suelo con estrépito. Abrió la boca y profirió un grito.
—
Si que era feo, pobre.- comentó Fred a su
hermano en voz baja para que su madre no lo oyera.
Gritó tan alto que no
oyó lo que decía la cosa que había en el sillón mientras levantaba una varita.
Vio un resplandor de luz verde y oyó un chasquido antes de desplomarse. Cuando
llegó al suelo, Frank Bryce ya había muerto.
La señora Weasley y la profesora McGonagall cerraron los
ojos por un segundo, era obvio lo que sucedería pero aún así uno nunca se
acostumbraba a ver o en este caso escuchar como una “persona” (si es que se le
podía llamar así) le arrebate la vida a otra persona.
A trescientos
kilómetros de distancia, un muchacho llamado Harry Potter se despertó
sobresaltado.
—
¿¡Qué!?- fue el gritó unísono, hasta Harry
excamó definitivamente no entendía nada, ¿Lo había soñado? Pero era verdad todo
lo que había sucedido, ¿Cómo lo había visto?
Todas las miradas recayeron en Dumbledore esperando una
explicación.
—
La verdad es que me tomó igual de sorpresa que a
todos ustedes, tenga teorías que pueden ser pero no quiero mentirles, por lo
tanto esperaré a que en el libro se aclaren y si no es así, expondré lo que
pienso al respecto. Ahora será mejor que leamos el siguiente capítulo.
Y pasándole el libro abierto a McGonagall que se encontraba
a su lado, tomó un tiempo para atraer una jarra con agua y vasos para poner
sobre la mesa.
—
Bueno,- comenzó ahora la profesora de
transformaciones- Capítulo 2: La
Cicatriz.
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