sábado, 19 de marzo de 2016

Retorno a la Madriguera

     Capítulo 4: Retorno a la Madriguera.- leyó quitándose de la voz lo molesto que estaba y plantando un tono monocorde.
 
A diferencia de Ron, todos los Weasley se emocionaron a pensar en su hogar y querían escuchar como salían ellos.
 
A las doce del día siguiente, el baúl de Harry ya estaba lleno de sus cosas del colegio y de sus posesiones más apreciadas: la capa invisible heredada de su padre,
 
Harry gimió. Por todos los magos estos libros serían su perdición. Iban a contar todo lo que hacía, sólo podía traer problemas. Sintió la mirada de la profesora McGonagall taladreandole la nuca. Agradecía que el profesor Snape ya sabía acerca de la existencia de la capa (ya que el mismo la había utilizado el año pasado para esconderse de Sirius en la casa de los gritos) porque no creía poder soportar otra mirada así.
 
la escoba voladora que le había regalado Sirius y el mapa encantado de Hogwarts que le habían dado Fred y George el curso anterior.
 
Los gemelos hicieron lo posible para evitar la mirada de su madre y chocar las manos por detrás mientras le guiñaban un ojo a Harry.
 
Había vaciado de todo comestible el espacio oculto debajo de la tabla suelta de su habitación y repasado dos veces hasta el último rincón de su dormitorio para no dejarse olvidados ninguna pluma ni ningún libro de embrujos, y había despegado de la pared el calendario en que marcaba los días que faltaban para el 1 de septiembre, el día de la vuelta a Hogwarts.
 
El ambiente en el número 4 de Privet Drive estaba muy tenso. La inminente llegada a la casa de un grupo de brujos ponía nerviosos e irritables a los Dursley. Tío Vernon se asustó mucho cuando Harry le informó de que los Weasley llegarían al día siguiente a las cinco en punto.
 
     Espero que le hayas dicho a esa gente que se vista adecuadamente — gruñó de inmediato—. He visto cómo van. Deberían tener la decencia de ponerse ropa normal.
 
     Es adecuado, solo que lo normal para ellos no es lo normal para nosotros.
 
Bill no quería hacer sentir mal a Harry por eso se guardaba la mayoría de sus comentarios contra los Dursley pero tampoco quería que su madre se sienta incómoda.
 
Harry tuvo un presentimiento que le preocupó. Muy raramente había visto a los padres de Ron vistiendo algo que los Dursley pudieran calificar de «normal». Los hijos a veces se ponían ropa muggle durante las vacaciones, pero los padres llevaban generalmente túnicas largas en diversos estados de deterioro. A Harry no le inquietaba lo que pensaran los vecinos, pero sí lo desagradables que podían resultar los Dursley con los Weasley si aparecían con el aspecto que aquéllos reprobaban en los brujos.
 
     Harry, no tienes que preocuparte por nosotros, ya sabemos el tipo de personas que son. – Molly lo miró de manera cariñosa.
 
Tío Vernon se había puesto su mejor traje. Alguien podría interpretarlo como un gesto de bienvenida, pero Harry sabía que lo había hecho para impresionar e intimidar. Dudley, por otro lado, parecía algo disminuido, lo cual no se debía a que su dieta estuviera por fin dando resultado, sino al pánico. La última vez que Dudley se había encontrado con un mago adulto salió ganando una cola de cerdo que le sobresalía de los pantalones, y tía Petunia y tío Vernon tuvieron que llevarlo a un hospital privado de Londres para que se la extirparan.
 
Desde la mención a la cola de cerdo todos los jóvenes se habían empezado a reir junto a Sirius y los hermanos Weasley mayores. El simple hecho de que lo hayan hechizado poniéndosela hasta que el que lo hizo no haya sido lo bastante piadoso para deshacerla y los tíos de Harry tuviesen que llevarlo hasta un médico muggle era toda una situación hilarante. Hasta Ron se río un poco.
 
La mayoría, entre risas, le preguntaba a Harry quién había sido el “genio” que había realizado tal hazaña. El chico ante tantas preguntas tuvo que decirles que después les contaba toda la anécdota pero más tarde, no sabía si era apropiado decir al frente de los profesores que Hagrid había utilizado magia cuando la tenía prohibida. Aunque ahora todo el tema de la expulsión había quedado en el pasado no sabía bien como había resultado todo lo que respecta a su magia y su varita.
 
Por eso no era sorprendente que Dudley se pasara todo el tiempo restregándose la mano nerviosamente por la rabadilla y caminando de una habitación a otra como los cangrejos, con la idea de no presentar al enemigo el mismo objetivo.
 
Fred y George se miraron con una sonrisa en silencio, si hacerle crecer una cola lo había dejado tan traumado sería genial hacer bromas así. Mientras Ron seguía leyendo no pudieron evitar sacar rápido unas libretitas donde iban anotando todas sus ideas para sus nuevos inventos. Un caramelo que haga que el que lo coma tenga alguna parte de algún animal por una cuantas horas era una gran idea según ellos.
 
La comida (queso fresco y apio rallado) transcurrió casi en total silencio. Dudley ni siquiera protestó por ella. Tía Petunia no probó bocado. Tenía los brazos cruzados, los labios fruncidos, y se mordía la lengua como masticando la furiosa reprimenda que hubiera querido echarle a Harry.
 
     Vendrán en coche, espero —dijo a voces tío Vernon desde el otro lado de la mesa.
 
     Ehhh... —Harry no supo qué contestar.
 
 La verdad era que no había pensado en aquel detalle. ¿Cómo irían a buscarlo los Weasley? Ya no tenían coche, porque el viejo Ford Anglia que habían poseído corría libre y salvaje por el bosque prohibido de Hogwarts. Sin embargo, el año anterior el Ministerio de Magia le había prestado un coche al señor Weasley. ¿Haría lo mismo en aquella ocasión?
 
     ­No lo creo.- negó el señor Weasley.- era una situación especial.
 
Y aunque no quiso ser obvio sus ojos se dirigieron rápidamente hacia Sirius, fue tan rápido que nadie lo hubiese visto si no fuera porque Harry se esperaba ese gesto. Sabía que ya nadie culpaba a su padrino pero también entendía que era extraño para todos pensar durante tantos años que era el culpable y después enterarte que no tenía nada que ver.
 
     Creo que sí —respondió al final.
 
El bigote de tío Vernon se alborotó con su resoplido. Normalmente hubiera preguntado qué coche tenía el señor Weasley, porque solía juzgar a los demás hombres por el tamaño y precio de su automóvil. Pero, en opinión de Harry, a tío Vernon no le gustaría el señor Weasley aunque tuviera un Ferrari.
 
     Es un tipo de transporte que solo utilizan la gente rica.- aclaró de forma rápida Hermione antes que alguien pudiese preguntar.
 
Ginny que estaba a punto de hacer esa pregunta, se sonrojo.
 
Harry pasó la mayor parte de la tarde en su habitación. No podía soportar la visión de tía Petunia escudriñando a través de los visillos cada pocos segundos como si hubieran avisado que andaba suelto un rinoceronte. A las cinco menos cuarto Harry volvió a bajar y entró en la sala. Tía Petunia colocaba y recolocaba los cojines de manera compulsiva. Tío Vernon hacía como que leía el periódico, pero no movía los minúsculos ojos, y Harry supuso que en realidad escuchaba con total atención por si oía el ruido de un coche. Dudley estaba hundido en un sillón, con las manos de cerdito puestas debajo de él y agarrándose firmemente la rabadilla. Incapaz de aguantar la tensión que había en el ambiente, Harry salió de la habitación y se fue al recibidor, a sentarse en la escalera, con los ojos fijos en el reloj y el corazón latiéndole muy rápido por la emoción y los nervios.
 
Snape al escuchar lo último no pudo evitar acordarse de todas esas veces que estaba él mismo sentado frente al reloj esperando, contando minutos y segundos, para ir a la estación King Cross.
 
Pero llegaron las cinco en punto... y pasaron. Tío Vernon, sudando ligeramente dentro de su traje, abrió la puerta de la calle, escudriñó a un lado y a otro, y volvió a meter la cabeza en la casa.
 
     ¡Se retrasan! —le gruñó a Harry. 
 
     Ya lo sé —murmuró Harry—. A lo mejor hay problemas de tráfico, yo qué sé.
 
Las cinco y diez... las cinco y cuarto... Harry ya empezaba a preocuparse. A las cinco y media oyó a tío Vernon y a tía Petunia rezongando en la sala de estar.
 
     No tienen consideración.
 
     Podríamos haber tenido un compromiso.
 
La señora Weasley miró a su marido y lo codeo, era obvio que él era el encargado de ir a buscar a Harry y estaba llegando tarde.
 
     Tal vez creen que llegando tarde los invitaremos a cenar.
 
     Ni soñarlo —dijo tío Vernon. Harry lo oyó ponerse en pie y caminar nerviosamente por la sala—. Recogerán al chico y se irán. No se entretendrán. Eso... si es que vienen. A lo mejor se han confundidode día. Me atrevería a decir que la gente de su clase no le da mucha importancia a la puntualidad. O bien es que en vez de coche tienen una cafetera que se les ha avena... ¡Ahhhhhhhhhhhhh!
 
Harry pegó un salto. Del otro lado de la puerta de la sala le llegó el ruido que hacían los Dursley moviéndose aterrorizados y descontroladamente por la sala. Un instante después, Dudley entró en el recibidor como una bala, completamente lívido.
 
     ¿Qué sucedió?- se escuchó a Tonks.
 
Al momento de hablar se dio cuenta que era una estupidez, nadie ahí lo sabía ya que todavía no había pasado. Pero es que recién este año se había recibido de auror y todavía tenía presente el entrenamiento.
 
     Esperemos que sea algo malo.- dijeron juntos los gemelos Weasley.
 
     ¿Qué pasa? —preguntó Harry—. ¿Qué ocurre?
 
Pero Dudley parecía incapaz de hablar y, con movimientos de pato y agarrándose todavía las nalgas con las manos, entró en la cocina. En el interior de la chimenea de los Dursley, que tenía empotrada una estufa eléctrica que simulaba un falso fuego, se oían golpes y rasguños.
 
     Por Merlin, ¿Es en serio?-  dijo Charlie antes de empezar a reir en voz baja junto a los chicos pero sin interrumpir la lectura.
 
     ¿Qué es eso? —preguntó jadeando tía Petunia, que había retrocedido hacia la pared y miraba aterrorizada la estufa—. ¿Qué es, Vernon?
 
La duda sólo duró un segundo. Desde dentro de la chimenea cegada se podían oír voces.
 
     ¡Ay! No, Fred... Vuelve, vuelve. Ha habido algún error. Dile a George que no... ¡Ay! No, George, no hay espacio. Regresa enseguida y dile a Ron...
 
Para este entonces la risita de Ginny había subido de volumen al imaginarse a casi toda su familia en esa situación. Harry volteo a verla riendo más bajo por encima de Ron (que leía aguantándose la risa), nunca la había visto reír tan abiertamente frente a él.
 
     A lo mejor Harry nos puede oír, papá... A lo mejor puede ayudarnos a salir...
 
 Se oyó golpear fuerte con los puños al otro lado de la estufa.
 
     ¡Harry! Harry, ¿nos oyes?
 
Los Dursley rodearon a Harry como un par de lobos hambrientos.
 
     ¿Qué es eso? —gruñó tío Vernon—. ¿Qué pasa?
 
     Han... han intentado llegar con polvos flu —explicó Harry, conteniendo unas ganas locas de reírse—. Pueden viajar de una chimenea a otra... pero no se imaginaban que la chimenea estaría obstruida. Un momento...
 
Para este momento a la profesora McGonagall sonreía.
 
Se acercó a la chimenea y gritó a través de las tablas:
 
     ¡Señor Weasley! ¿Me oye?
 
El martilleo cesó. Alguien, dentro de la chimenea, chistó: «¡Shh!»
 
     ¡Soy Harry, señor Weasley. ..! La chimenea está cegada. No podrán entrar por aquí.
 
     ¡Maldita sea! —dijo la voz del señor Weasley—. ¿Para qué diablos taparon la chimenea?
 
     El lenguaje- advirtió Molly a su marido, aunque no se la podía tomar muy enserio cuando sonreía mientras hablaba.
 
     Tienen una estufa eléctrica —explicó Harry.
 
     ¿De verdad? —preguntó emocionado el señor Weasley—. ¿Has dicho ecléctica? ¿Con enchufe? ¡Santo Dios! ¡Eso tengo que verlo...! Pensemos... ¡Ah, Ron!
 
Los hijos rodaron los ojos, en todo momento su padre no podía refrenarse cuando escuchaba sobre cosas muggles.
 
La voz de Ron se unió a la de los otros.
 
     ¿Qué hacemos aquí? ¿Algo ha ido mal?
 
     No, Ron, qué va —dijo sarcásticamente la voz de Fred—. Éste es exactamente el sitio al que queríamos venir.
 
     Sí, nos lo estamos pasando en grande —añadió George, cuya voz sonaba ahogada, como si lo estuvieran aplastando contra la pared.
 
Todos miraron a los gemelos que se estaban riendo sede sus propios chistes y coreando <somos geniales> . Nunca dejaban de ser unos payasos, pero por lo menos animaban la lectura.
 
     Muchachos, muchachos... —dijo vagamente el señor Weasley—. Estoy intentando pensar qué podemos hacer... Sí... el único modo... Harry, échate atrás.
 
     Por Morgana, no me digas que vas a hacer lo que yo pienso Arthur.
 
Tanto la voz como la mirada de la señora Weasley ya no indicaban nada cercano a la felicidad de segundos antes.
 
Harry se retiró hasta el sofá, pero tío Vernon dio un paso hacia delante.
 
     ¡Esperen un momento! —bramó en dirección a la chimenea—. ¿Qué es lo que pretenden...?
 
¡BUM!
 
Si las miradas matasen Arthur Wealey ya estaría cinco metros bajo tierra. Aunque en este momento y por el miedo que inspiraba, Harry pensó que sería posible, ya que la señora Weasley ya estaba cerca de parecer un basilisco.
 
La estufa eléctrica salió disparada hasta el otro extremo de la sala cuando todas las tablas que tapaban la chimenea saltaron de golpe y expulsaron al señor Weasley, Fred, George y Ron entre una nube de escombros y gravilla suelta. Tía Petunia dio un grito y cayó de espaldas sobre la mesita del café. Tío Vernon la cogió antes de que pegara contra el suelo, y se quedó con la boca abierta, sin habla, mirando a los Weasley, todos con el pelo de color rojo vivo, incluyendo a Fred y George, que eran idénticos hasta el último detalle.
 
     Así está mejor —dijo el señor Weasley, jadeante, sacudiéndose el polvo de la larga túnica verde y colocándose bien las gafas—. ¡Ah, ustedes deben de  ser los tíos de Harry!
 
Alto, delgado y calvo, se dirigió hacia tío Vernon con la mano tendida, pero tío Vernon retrocedió unos pasos para alejarse de él, arrastrando a tía Petunia e incapaz de pronunciar una palabra. Tenía su mejor traje cubierto de polvo blanco, así como el cabello y el bigote, lo que lo hacía parecer treinta años más viejo.
 
     Bueno, en este momento no puedo estar enojada con ellos, ya que mi querido marido acaba de destrozarles la sala.
 
Harry asintió para sí mismo, hasta la voz ya parecía un siseo.
 
     Eh... bueno... disculpe todo esto —dijo el señor Weasley, bajando la mano y observando por encima del hombro el estropicio de la chimenea—. Ha sido culpa mía: no se me ocurrió que podía estar cegada. Hice que conectaran su chimenea a la Red Flu, ¿sabe? Sólo por esta tarde, para que pudiéramos recoger a Harry. Se supone que las chimeneas de los muggles no deben conectarse... pero tengo un conocido en el Equipo de Regulación de la Red Flu que me ha hecho el favor. Puedo dejarlo como estaba en un segundo, no se preocupe. Encenderé un fuego para que regresen los muchachos, y repararé su chimenea antes de desaparecer yo mismo.
 
     Eso es verdad, puede dejar todo como estaba- trató de aligerar el ambiente Bill, que sólo recibió otra mirada de su madre a cambio.
 
Harry sabía que los Dursley no habían entendido ni una palabra. Seguían mirando al señor Weasley con la boca abierta, estupefactos. Con dificultad, tía Petunia se alzó y se ocultó detrás de tío Vernon.
 
     ¡Hola, Harry! —saludó alegremente el señor Weasley—. ¿Tienes listo el baúl?
 
     Arriba, en la habitación —respondió Harry, devolviéndole la sonrisa.
 
     Vamos por él —dijo Fred de inmediato.
 
     Espera espera espera- aclamó George mirando a Harry cómo si fuese un completo extraño.
 
     ¿Nos diferencias?- exclamaron ahora los dos juntos pasmados.
 
     Bueno.. emmm..- Harry se removió incómodo en su lugar al tener a todos mirandolo- si. Digo tienen cosas diferentes, no físicamente si no.. mm.. algo cómo los gestos o cómo hablan.
 
     Es verdad,- aportó Ginny sonrojándose al hablar frente a Harry- Fred por ejemplo a veces es más.. no se.. ¿cruel? En cambio George es más tranquilo.
 
Las personas que los conocían asintieron al pensarlo, mientras que los gemelos se miraron entre ellos. Podría ser que tengan razón, ellos no podían ver cómo todos veían sus comportamientos desde fuera.
 
Él y George salieron de la sala guiñándole un ojo a Harry. Sabían dónde estaba su habitación porque en una ocasión lo habían ayudado a fugarse de ella en plena noche. A Harry le dio la impresión de que Fred y George esperaban echarle un vistazo a Dudley, porque les había hablado mucho de él.
 
     Bueno —dijo el señor Weasley, balanceando un poco los brazos mientras trataba de encontrar palabras con las que romper el incómodo silencio—. Tie... tienen ustedes una casa muy agradable.
 
Los chicos reprimieron una risita, era obvio que no era el momento para decir eso luego de explotarles la sala.
 
Como la sala habitualmente inmaculada se hallaba ahora cubierta de polvo y trozos de ladrillo, este comentario no agradó demasiado a los Dursley. El rostro de tío Vernon se tiñó otra vez de rojo, y tía Petunia volvió a quedarse boquiabierta. Pero tanto uno como otro estaban demasiado asustados para decir nada.
 
El señor Weasley miró a su alrededor. Le fascinaba todo lo relacionado con los muggles. Harry lo notó impaciente por ir a examinar la televisión y el vídeo.
 
     Funcionan por eclectricidad, ¿verdad? —dijo en tono de entendido—. ¡Ah, sí, ya veo los enchufes! Yo colecciono enchufes —añadió dirigiéndose a tío Vernon—. Y pilas. Tengo una buena colección de pilas. Mi mujer cree que estoy chiflado, pero ya ve.
 
     Chiflado no, sólo que sos DEMASIADO apasionado con esas cosas.
 
Era evidente que tío Vernon era de la misma opinión que la señora Weasley. Se movió ligeramente hacia la derecha para ponerse delante de tía Petunia, como si pensara que el señor Weasley podía atacarlos de un momento a otro.
 
Dudley apareció de repente en la sala. Harry oyó el golpeteo del baúl en los peldaños y comprendió que el ruido había hecho salir a Dudley de la cocina. Fue caminando pegado a la pared, vigilando al señor Weasley con ojos desorbitados, e intentó ocultarse detrás de sus padres. Por desgracia, las dimensiones de tío Vernon, que bastaban para ocultar a la delgada tía Petunia, de ninguna manera podían hacer lo mismo con Dudley.
 
     Ni un dragón lo taparía- dijo Harry en un susurro a sus amigos. Ron sonrió antes de seguir leyendo.
 
     ¡Ah, éste es tu primo!, ¿no, Harry? —dijo el señor Weasley, tratando de entablar conversación.
 
     Sí —dijo Harry—, es Dudley.
 
Él y Ron se miraron y luego apartaron rápidamente la vista. La tentación de echarse a reír fue casi irresistible. Dudley seguía agarrándose el trasero como si tuviera miedo de que se le cayera.
 
     Cosa que sería increíble de ver- dijo Fred levantando ambas cejas hacía George.
 
El señor Weasley, en cambio, parecía sinceramente preocupado por el peculiar comportamiento de Dudley. Por el tono de voz que empleó al volver a hablar, Harry comprendió que el señor Weasley suponía a Dudley tan mal de la cabeza como los Dursley lo suponían a él, con la diferencia de que el señor Weasley sentía hacia el muchacho más conmiseración que miedo.
 
     ¿Estás pasando unas buenas vacaciones, Dudley? —preguntó cortésmente.
 
Dudley gimoteó. Harry vio que se agarraba aún con más fuerza el enorme trasero.
 
Tonks río haciendo reir también a Remus, tenía una risa contagiosa.
 
Fred y George regresaron a la sala, transportando el baúl escolar de Harry. Miraron a su alrededor en el momento en que entraron y distinguieron a Dudley. Se les iluminó la cara con idéntica y maligna sonrisa.
 
     Por favor no hagan nada, ya es todo lo suficientemente malo- la voz de la señora Weasley estaba con un deje de pánico mientras se agarraba la cabeza. No entendía como toda su familia podía quedar tan mal frente a la familia de Harry, en realidad sabía que se lo merecían pero no quería que después le hagan nada a Harry.
 
     ¡Ah, bien! —dijo el señor Weasley—. Será mejor darse prisa. Se remangó la túnica y sacó la varita. Harry vio a los Dursley echarse atrás contra la pared, como si fueran uno solo.
 
     ¡Incendio! —exclamó el señor Weasley, apuntando con su varita al orificio que había en la pared.
 
De inmediato apareció una hoguera que crepitó como si llevara horas encendida. El señor Weasley se sacó del bolsillo un saquito, lo desanudó, cogió un pellizco de polvos de dentro y lo echó a las llamas, que adquirieron un color verde esmeralda y llegaron más alto que antes.
 
     Tú primero, Fred —indicó el señor Weasley.
 
     Voy —dijo Fred—. ¡Oh, no! Esperad...
 
A Fred se le cayó del bolsillo una bolsa de caramelos, y su contenido rodó en todas direcciones: grandes caramelos con envoltorios de vivos colores.
 
Fred y George se sonrieron por fin iban a ver uno de sus inventos en pleno acto.
 
Fred los recogió a toda prisa y los metió de nuevo en los bolsillos; luego se despidió de los Dursley con un gesto de la mano y avanzó hacia el fuego diciendo: «¡La Madriguera!» Tía Petunia profirió un leve grito de horror. Se oyó una especie de rugido en la hoguera, y Fred desapareció.
 
     Ahora tú, George —dijo el señor Weasley—. Con el baúl.
 
Harry ayudó a George a llevar el baúl hasta la hoguera, y lo puso de pie para que pudiera sujetarlo mejor. Luego, gritó «¡La Madriguera!», se volvió a oír el rugido de las llamas y George desapareció a su vez.
 
     Bueno, no estuvimos ahí pero ahora vamos a poder escucharlo- susurró George a su hermano.
 
     Te toca, Ron —indicó el señor Weasley.
 
     Hasta luego —se despidió alegremente Ron.
 
Tras dirigirle a Harry una amplia sonrisa, entró en la hoguera, gritó «¡La Madriguera!» y desapareció. Ya sólo quedaban Harry y el señor Weasley.
 
     Bueno... Pues adiós —les dijo Harry a los Dursley.
 
Pero ellos no respondieron. Harry avanzó hacia el fuego; pero, justo cuando llegaba ante él, el señor Weasley lo sujetó con una mano. Observaba atónito a los Dursley.
 
     Harry les ha dicho adiós —dijo—. ¿No lo han oído?
 
Sirius asintió, era hora de que un adulto vea como tratan a Harry y los ponga en su lugar. Molly sonrío orgullosa por su marido, no podía seguir enojada con él.
 
     No tiene importancia —le susurró Harry al señor Weasley—. De verdad, me da igual.
 
Pero el señor Weasley no le quitó la mano del hombro.
 
     No va a ver a su sobrino hasta el próximo verano —dijo indignado a tío Vernon—. ¿No piensa despedirse de él?
 
Tanto Bill como Charlie tenían la misma sonrisa que su madre, lo que más les gustaba de su papá era los valores que tenía y nunca iba a pasar por alto algo así.
 
El rostro de tío Vernon expresó su ira. La idea de que un hombre que había armado aquel estropicio en su sala de estar le enseñara modales era insoportable. Pero el señor Weasley seguía teniendo la varita en la mano, y tío Vernon clavó en ella sus diminutos ojos antes de contestar con tono de odio:
 
     Adiós.
 
     Hasta luego —respondió Harry, introduciendo un pie en la hoguera de color verde, que resultaba de una agradable tibieza. Pero en aquel momento oyó detrás de él un horrible sonido como de arcadas y a tía Petunia que se ponía a gritar.
 
Todos miraron el libro como exigiendo explicaciones, excepto los gemelos que estaban tapándose las boca aguantándose las ganas de reir.
 
Harry se dio la vuelta. Dudley ya no trataba de ocultarse detrás de sus padres, sino que estaba arrodillado junto a la mesita del café, resoplando y dando arcadas ante una cosa roja y delgada de treinta centímetros de largo  que le salía de la boca. Tras un instante de perplejidad, Harry comprendió que aquella cosa era la lengua de Dudley... y vio que delante de él, en el suelo, había un envoltorio de colores brillantes.
 
     Fred y George Weasley hablaremos más tarde.
 
Lo que más aterró a estos no fue que su madre les dijera eso, si no cómo se los dijo, extrañamente calmada, preferían los gritos.
 
Nadie se atrevió a reírles la broma frente a Molly.
 
Tía Petunia se lanzó al suelo, al lado de Dudley, agarró el extremo de su larga lengua y trató de arrancársela; como es lógico, Dudley gritó y farfulló más que antes, intentando que ella desistiera. Tío Vernon daba voces y agitaba los brazos, y el señor Weasley no tuvo más remedio que gritar para hacerse oír.
 
     ¡No se preocupen, puedo arreglarlo! —chilló, avanzando hacia Dudley con la mano tendida.
 
Pero tía Petunia gritó aún más y se arrojó sobre Dudley para servirle de escudo.
 
     ¡No se pongan así! —dijo el señor Weasley, desesperado—. Es un proceso muy simple. Era el caramelo. Mi hijo Fred... es un bromista redomado. Pero no es más que un encantamiento aumentador... o al menos eso creo. Déjenme, puedo deshacerlo...
 
     No podrías se deshace solo después de..
 
Fred no pudo continuar, ya que George saltó a taparle la boca. No era idiota, no iba a seguir enojando a su madre.
 
Pero, lejos de tranquilizarse, los Dursley estaban cada vez más aterrorizados: tía Petunia sollozaba como una histérica y tiraba de la lengua de Dudley dispuesta a arrancársela; Dudley parecía estar ahogándose bajo la doble presión de su madre y de su lengua; y tío Vernon, que había perdido completamente el control de sí mismo, cogió una figura de porcelana del aparador y se la tiró al señor Weasley con todas sus fuerzas. Éste se agachó, y la figura de porcelana fue a estrellarse contra la descompuesta chimenea.
 
Sirius río en voz alta sin alterarse, los más jóvenes podrían ser unos Gryffindor valientes pero no estúpidos, así que se aguantaban la risa ante la mirada de la matriarca Weasley.
 
     ¡Vaya! —exclamó el señor Weasley, enfadado y blandiendo la varita—. ¡Yo sólo trataba de ayudar!
 
Aullando como un hipopótamo herido, tío Vernon agarró otra pieza de adorno.
 
     ¡Vete, Harry! ¡Vete ya! —gritó el señor Weasley, apuntando con la varita a tío Vernon—. ¡Yo lo arreglaré!
 
Harry no quería perderse la diversión, pero un segundo adorno le pasó rozando la oreja izquierda, y decidió que sería mejor dejar que el señor Weasley resolviera la situación. Entró en el fuego dando un paso, sin dejar de mirar por encima del hombro mientras decía «¡La Madriguera!». Lo último que alcanzó a ver en la sala de estar fue cómo el señor Weasley esquivaba con la varita el tercer adorno que le arrojaba tío Vernon mientras tía Petunia chillaba y cubría con su cuerpo a Dudley, cuya lengua, como una serpiente pitón larga y delgada, se le salía de la boca. Un instante después, Harry giraba muy rápido, y la sala de estar de los Dursley se perdió de vista entre el estrépito de llamas de color esmeralda.
 
Ron dejo el libro en las manos de Ginny mientras se sacudía con espasmos nerviosos hasta que volteo y vió a Harry a la cara. Los dos rompieron a reír y fue cómo una cadena. En unos segundos todos excepto los profesores y la señora Weasley estaban riéndose.
 
Antes que estaba se enojara, el profesora Dumbledore les dijo a todos que leerían un capítulo más y luego comerían algo.
 
Ginny que seguía mostrando una sonrisa abrió el libro por donde lo dejo Ron y leyó ante todos.
 
     Capítulo 5: Sortilegios Weasley.

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